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Fede de los Ríos

Un nuevo beato en ciernes

En la medianoche del 15 de diciembre de 1969 un cuerpo se estrelló contra el suelo desde el cuarto piso de una comisaría de Milán. Era el de Giuseppe Pinelli, un ferroviario de 41 años, militante del comunismo libertario. La mortal parábola se inició desde la ventana del despacho del comisario Luigi Calabresi, hombre de arraigadas creencias religiosas y as ustado por el «neo-paganismo» que, a su juicio, invadía Italia. Había decidido al final, de manera vocacional (son sus palabras), ejercer de policía cristiano, pues en un principio quería ser sacerdote. Ya sabemos que los caminos del Señor son inescrutables.

Calabresi había citado a Pinelli con el fin de interrogarle sobre una serie de atentados ocurridos en Italia, entre otros el de la Piazza Fontana en el que 16 personas murieron y 88 resultaron heridas, provocados por la extrema derecha y los servicios de seguridad italianos para atribuírselos a la izquierda y generar, así, una estrategia de la tensión. El cuerpo del libertario tenía señales en el cuerpo que no correspondían a las producidos por la caída. El comisario fue absuelto.

Recordemos a Anuk.

El caso de Pinelli cobró notoriedad gracias al estreno teatral de la parodia de Darío Fo «Muerte accidental de un anarquista».

Tres años después Calabresi caía abatido de dos balazos en un atentado atribuido al grupo Lotta Continua como vendetta por el asesinato de un estudiante durante una manifestación.

Esta misma semana el Vaticano ha iniciado una nueva beatificación. Sí, sí, del comisario, no del anarquista ni de los de Lotta Continua. El promotor del proceso que llevará a Calabresi a los altares es el sacerdote Ennio Innoccenti (ya tiene guasa el apellido), autor de un libro que lleva por título «La conversión religiosa de Benito Mussolini». El que le ha dado el visto bueno, el nihil obstat, es el cardenal Camilo Ruini, (otro simpático apellido), presidente de la Conferencia Episcopal italiana y hombre fuerte de Ratzinger. Es, por tanto, el postulador de la causa.

Para ser beato es necesario el martirio o ejercer de forma heroica la moral cristiana y, al menos, un milagro.

Ejercer el martirio, lo ejerció. Sobre otros, pero eso son sutilezas. El milagro seguro que lo encuentran.

¡Regocijémonos! Pronto tendremos a un asesino más en los altares a quien rezar por nuestros hijos e hijas.

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