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Perfil - Jacques CHIRAC

Un dinosaurio camaleónico pagado sobre todo de sí mismo

Dabid LAZKANOITURBURU

Personaje poliédrico donde los haya, nadie podrá negar a Chirac una formidable capacidad para perdurar en política. Se retira tras 42 años en lo más alto de la vida pública y acumula un historial impresionante: dos veces presidente, otras tantas primer ministro, 19 años alcalde de París...

Si a alguien ha sido fiel Chirac en estos largos años ha sido a sí mismo, a los «valores republicanos» y a su origen burgués. Como los de su clase, gusta de recordar que en su juventud se embarcó como «sirviente» en un viaje a EEUU, antes de volver al redil y a la Escuela Nacional de Administración (ENA), verdadero semillero-refugio de la élite francesa. O su pasado como defensor, en los setenta, de un laborismo a la francesa, sarpullido del que pronto se «curó» al abrazar, mediados los ochenta, el liberalismo.

Personaje camaleónico y difícil de clasificar entre las distintas familias del centro-derecha francés -sólo existe consenso al aplicarle el calificativo de «pragmático»-, hay una línea roja que el «volátil» inquilino saliente no ha traspasado nunca: su defensa de los llamados «valores republicanos», entre ellos el laicismo y la «unidad nacional», francesa por supuesto.

Una línea roja que guiará en todo momento su política en torno a la Unión Europea. Euroescéptico en su juventud, su idea de la UE tiene como eje la defensa del papel de los Estados-nación actuales y es hostil, por arriba y por abajo, a cualquier tipo de federalismo.

En palabras de Yves Meny, del Instituto Universitario Europeo, Chirac, «como muchos franceses, ha participado de una idea según la cual Europa debería ser como una gran Francia». Idea que, con la ampliación de la UE a 27 y la relativa desactivación del eje franco-alemán -son famosas las opíparas cenas de Chirac y de su fiel amigo y ex canciller alemán Gerhard Schröder-, «se ha disuelto como un azucarillo», añade el experto. Ello no le ha impedido presentarse en los últimos tiempos como el mayor de los europeístas.

Esta versatilidad es una de sus grandes señas de identidad. El mismo presidente que en 1995 inició su mandato con los ensayos nucleares en el Pacífico Sur se presenta ahora como defensor de un Planeta en peligro y abogado de los países pobres.

Quien hizo eje de su Presidencia acabar con la «fractura social» deja una herencia social, como poco, preocupante.

Esa versatilidad cobra coherencia si atendemos a un rasgo marcado en su personalidad: una elocuencia nunca confirmada por los hechos y que el propio Chirac no ha dudado en vestir con poses englobables en el «progresismo» más casposo.

Defensor de Africa y a la vez valedor de los más oscuros intereses de la antigua metrópoli, Chirac vivió su momento de gloria al liderar, en 2003, la oposición a la invasión de Irak. Ello le costó un enfriamiento de las relaciones con EEUU. Postulador de una «Francia que porta una visión del mundo independiente», no ha dudado en alinearse con los planes USA cuando éstos, las más de las veces, coincidían con los suyos, como en la reciente intervención en Líbano.

De lo que no cabe duda es de que Chirac ha sido un gran defensor de sus propios intereses y se ha ganado justa fama de verdugo de todo el que ha querido hacerle sombra. La Presidencia le ha servido de parapeto frente a una catarata de escándalos, la mayor parte de la época en que era alcalde de la capital, y que han arramblado con sus colaboradores más cercanos.

Su egocentrismo chocó en 2005 con su annus horribilis. Decidió llevar a referéndum el proyecto constitucional de la UE y lo condenó, y la explosión de las banlieux le estalló en la cara.

Amortizado, se va sin poder siquiera segar la cabeza bajo los pies de su último rival, el candidato a sucederle Sarkozy.

Chirac querría pasar a la historia con mayúsculas como el hombre de la V República. Los trbunales le esperan a la vuelta de la esquina, en junio. Su último acto ha sido nombrar fiscal general de París a un magistrado cercano. Grandes palabras para ocultar una realidad, la de Chirac, mucho más prosaica e inconfesable.

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