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Una valiosa moneda con dos caras bien diferentes

Asier AIESTARAN

El Manomanista es, sin duda, el campeonato por excelencia de la pelota. Lo es porque en esa modalidad, y no en otra, el pelotari demuestra su valor real, total. Sin ayuda de terceros, por capacidad física, técnica y táctica, el pelotari debe manejar todas las facetas del juego, sin excepciones. Desde la defensa de aire hasta el juego a bote, pasando por la capacidad de forzar el error ajeno sin olvidar la importancia de arriesgar y hacer el tanto propio. Sacar con peligro es importante, casi tanto como restar con solvencia, y los pelotazos «a medias» no sirven. Por todo eso, y por mucho más, en el mano a mano las pequeñas diferencias se hacen grandes y los detalles nimios se convierten en cruciales. Una leve molestia en la mano puede acabar en auténtico calvario y un pequeño bajón, sea físico o moral, suele ser sinónimo de derrota. Capaz de deparar los mejores espéctaculos imaginables -todavía guardamos en la retina aquel 22-21 de Irujo a Patxi Ruiz en las semifinales de 2005-, nos ofrece a menudo resultados de escándalo -tampoco hemos olvidado el 22-1 que le metió Beloki a Ruiz el año pasado-. Una valiosa moneda, por lo tanto, con dos caras que poco tienen que ver.

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