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La vida ante una cámara

"La casa de mi abuela"

La revolución de las pequeñas cámaras digitales permite el descubrimiento de cineastas instintivos, únicos y excepcionales. Hay genios de la observación que nunca tendrían la oportunidad de demostrar su talento dentro de las producciones convencionales, porque necesitan de la libertad que proporciona la cine-escritura que se va haciendo a sí misma. En ese universo de mil y una posibilidades que es el documental creativo se encuentra Adán Aliaga, quien, en su magistral e innovadora «La casa de mi abuela», establece un sorprendente vínculo entre el formato doméstico y la obra autobiográfica de gran calado. No voy a entrar en una discusión estéril sobre el realismo, pero considero que ésta es la película que más verdad contiene de cuantas haya visto en mi vida. La explicación es bien sencilla: Adán se ha dedicado a perseguir a su familia con una cámara a todas horas, hasta lograr que su abuela Marita y su primita Marina se comporten ante el objetivo y el micrófono con una naturalidad imposible de conseguir por ningún otro método existente.

La tan particular técnica del insistente realizador autónomo supone una encerrona para sus protagonistas, que en ningún caso se habrían comportado tan abiertamente de haber sido conscientes de que esas imágenes iban a salir del álbum o el vídeo familiar para ser exhibidas de cara al público y a través de un montaje de entidad. El truco o licencia es del todo permisible por cuanto da lugar a una creación verista y poética a la vez, con hallazgos expresivos equiparables a los, en su día, conseguidos por Luis Buñuel o Víctor Erice. También colabora a ese resultado el profundo conocimiento que el autor tiene de su entorno vital, situado en la localidad alicantina de San Vicente del Raspeig, entre cementeras y vías de tren.

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