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ANÁLISIS Lucha por el control del poder

Una nueva crisis política sacude Ucrania

Nuevamente las calles de Kiev se llenan de manifestantes de uno u otro signo para apoyar a sus dirigentes ante la nueva crisis política que se avecina. El presidente, intentando disolver el Parlamento elegido el año pasado, y éste, negándose a seguir los designios presidenciales , son la punta del iceberg que envuelve esta situación.

Txente REKONDO Gabinete vasco de Análisis Internacional (GAIN)

El analista de GAIN aporta alguna de las claves para entender la crisis política que vive Ucrania a raíz del enfrentamiento entre el presidente, Viktor Yushchenko, y el primer ministro, Viktor Yanukovych, por el control del poder.

Las protestas y los acontecimientos políticos que en 2004 desembocaron en la Revolución naranja en Ucrania fueron uno de los hechos que más trascendencia ha tenido en torno a las teorías del cambio de régimen impulsado desde Occidente en diversos países del otrora espacio soviético.

Las elecciones presidenciales de finales del 2004 fueron el escenario apropiado para que las técnicas preparadas desde hace algún tiempo en los despachos de Washington, lograran sus objetivos. Al igual que en los casos de otras experiencias de la región, las reclamaciones de fraude, las movilizaciones populares, la presencia de organizacio- nes no violentas, como Pora, y los apoyos de países occidentales a través de sus propias ONG, marcaron el guión ucraniano para el cambio de régimen.

Las primeras noticias en torno al éxito de estas movilizaciones han dado paso con el tiempo a una cierta desilusión entre algunos de los más fervientes defensores de aquellos cambios y también ha extendido un cierto temor entre los países occidentales a que acabe fracasando.

Las expectativas generadas por la llamada «revolución naranja», prometiendo inmediatos y profundos cambios estructurales, pronto se han venido abajo. El espectáculo que han mostrado las élites políticas del país, materializado en una sucesión de peleas para controlar el poder, también ha contribuido a ese malestar generalizado.

Finalmente, las promesas de la Unión Europea, haciendo concebir a buena parte de la población ucraniana que sería recibida en Bruselas «con los brazos abiertos», también han quedado en papel mojado. A pesar de los apoyos de Polonia, las repúblicas bálticas o Finlandia, la mayoría de los países de la UE tienen «su propia agenda y sus propios problemas», sin olvidar tampoco que algunos pesos pesados de la misma (Francia y Alemania) desean mantener «relaciones amistosas» con Rusia.

Tampoco parece que EEUU esté dipuesto a prestar mucha atención a esta nueva crisis ucraniana, sus prioridades están en Iraq o Afganistán, aunque siempre queda la posibilidad de aprovechar coyunturalmente este contexto en su favor, pero difícilmente se sucederá el guión de 2004.

El pulso actual entre el presidente Yushchenko y el primer ministro Yanukovych radica teóricamente en la diferente interpretación que ambos hacen de la constitución ucraniana, pero tras esa cortina jurídica se esconde una verdadera lucha por el poder. La decisión de Yushchenko de disolver el parlamento no encuentra amparo en ninguno de los tres supuestos que al propia constitución otorga al presidente para tomar dicha medida.

Probablemente, lo que el propio presidente intenta evitar es que su rival, y actual primer ministro, logre reunir 300 escaños en torno a su grupo parlamentario (hoy supera los 250) y con ellos rechace el veto presidencial, impulse cambios constitucionales e incluso acabe enjuiciando la labor del presidente.

Si se acaban celebrando las elecciones, los sondeos dan como vencedor al Partido de las Regiones del primer ministro y el gran derrotado sería el partido Nuestra Ucrania del presidente. Y en esta escena el gran beneficiado sería el bloque de la antigua primera ministra, Yulia Timoshenko, la favorita de Occidente, que se situaría en segundo lugar. En este sentido habría que interpretar el reciente viaje de Timoshenko a Washington, donde tras entrevistarse con altos cargos de la Administración ha regresado a su país afirmando que «Occidente apoya el adelanto electoral».

También conviene seguir con atención el papel que Ucrania pueda desempeñar en la pelea geoestratégica que en estos momentos disputan rusos y estadounidenses sobre ese antiguo espacio soviético. Las concepciones sobre movimientos militares y defensa, la importancia de las fuentes y suministros energéticos y, en definitiva, la concepción de toda la región, serán una variable más a la hora de determinar el devenir de esta crisis y de su desarrollo posterior. Un ucraniano señalaba estos días que «Occidente busca en Ucrania un suministrador de recursos baratos, un consumidor de productos de segunda mano, y como punta de lanza contra Rusia. Espero que en esta ocasión la sabiduría del pueblo logre vencer al dinero occidental».

Ucrania, junto con la propia complejidad social del país, lleva años mostrando una realidad política donde las expectativas eran muy altas y los desencuentros también; ; las coaliciones políticas se forman y se deshacen con relativa facilidad; las rivalidades personales dificultan el trabajo en común; y la corrupción sigue planeando entre la clase dirigente de un color u otro. Todo ello impide adelantar un cierre definitivo a la situación, y las dudas sobre el camino que definitivamente adoptará Ucrania están sobre la mesa.

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