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Jesus Valencia Educador social

Buscando puntos de encuentro

Anitzak nace con la pretensión de afrontar de forma organizada lo que otros vivieron como experiencia individual: fidelidad a las raíces y al pueblo en el que viven y con el que se identifican

Un nuevo flujo migratorio está desembocando en Euskal Herria. Como ocurrió con los anteriores, también éste engrosa y remueve, enriquece e interpela a nuestra sociedad. ¿Compañeros o intrusos? ¿Refuerzo u obstáculo? Preguntas que demandan respuesta. Un nuevo reto que afrontamos sin haber resuelto todas las cuestiones que nos plantearon las migraciones anteriores.

Flujos promovidos, mayoritariamente, por la desigualdad económica y la búsqueda de medios de vida más favorables. Los siglos XIX y XX nos aportaron un contingente de población que provenía de los diferentes pueblos del Estado, gentes que se fueron incrustando en el tejido productivo vasco, sector minero e industrial en alza que demandaba mano de obra. La emigración actual presenta importantes diferencias, se ha globalizado. La procedencia se ha diversificado abriéndose a todos los continentes. Buena parte de la nueva emigración llega indocumentada y clandestina, dispuesta a cubrir una oferta laboral rabiosamente precarizada.

Para quienes llegaron de otras partes del Estado, su patria era España. Vivieron en la añoranza del terruño nativo al que esperaban regresar. Mantuvieron estrecha fidelidad a la nación española que les confería identidad. Muchos se sintieron aquí como en tierra extraña cuya cultura rechazaban. Fueron abultada bolsa de votos para los partidos españolistas. Ellos nos miraban como adversarios y nosotros como intrusos, rémora añadida en el proceso de construcción nacional. Un muro de alejamiento, ignorancia y desprecio mutuos separó a dos colectividades que bien podrían haberse complementado. Hubo otra población emigrante con la que los vascos estamos en deuda y por la que profeso gran admiración. Su aporte a la lucha social y nacional de Euskal Herria ha sido y es brillante. Descubrieron nuestra nación y tomaron conciencia de la suya. Se implicaron en nuestra causa, que ya era común; dedican a ella lo mejor de su vida y de su familia. Su lista es larga y su abnegación, ejemplar. Demuestran una generosidad y entrega que deja corta a la de otros muchos paisanos nacidos en estos rinconales. El reconocimiento que se merecen corre parejo a la solidaridad y compromiso que derrochan.

Acaba de nacer Anitzak. Y lo hace con la pretensión de afrontar de forma organizada lo que otros muchos vivieron como experiencia individual: fidelidad a las raíces de las que proceden y al pueblo en el que viven y con el que se identifican. Apuestan por establecer puntos de encuentro en el espacio más delicado y, por eso mismo, tantas veces eludido: el del conflicto. Pretenden trasladar información veraz a sus pueblos de procedencia y convertirse en agentes resolutivos de nuestro conflicto. Ejercicio sugerente de internacionalismo activo. Anitzak nace en un momento crucial: cuando el conflicto busca cauces de solución y cuando un nuevo flujo de emigrantes accede a Euskal Herria sin conocer nuestras peculiaridades. El nuevo organismo tiene ante sí retos importantes. Uno de ellos, y no el más pequeño, podría ser evitar que se produzca otro nuevo desencuentro.

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