La izquierda concurre otra vez atomizada a las presidenciales
La izquierda real, más allá del PS, volverá a estar presente a través de media docena de candidaturas en unas elecciones presidenciales diseñadas para condenarla al ostracismo. El sectarismo connatural a parte de estas formaciones la ha vuelto a condenar esta vez a presentarse atomizada. Y la humillante derrota del PS en 2002 puede pasarles factura priorizando, esta vez, el voto útil.
Dabid LAZKANOITURBURU
La izquierda francesa no ha faltado tampoco esta vez a la cita de las presidenciales. Y vuelve a hacerlo atomizada, pese a varios intentos frustrados para articular una candidatura en torno a un nuevo liderazgo más allá de siglas y de sectarismos.
Seis son las candidaturas situadas a la izquierda del PS, de Ségolène Royal. Tres corresponden a partidos de corte trotskista. A la incombustible Arlette Laguiller, que a sus 67 años y al frente de Lucha Obrera se ha convertido en una clásica en las presidenciales, hay que sumar al desconocido Gérard Schivardi, del Partido de los Trabajadores, y al «eterno adolescente» Olivier Besancenot, a quien las encuestas auguran un 5%, la mayor proporción de voto para un candidato de izquierda.
Marie-George Buffet es la candidata del histórico PCF, formación en franco declive, mientras que representando a los Verdes, Dominique Voynet está concitando apoyos de formaciones nacionalistas moderadas de naciones sin Estado costreñidas por la jacobina Francia.
La lista se completa con el candidato altermundialista y líder sindical agrario José Bové, una candidatura que ha despertado como poco simpatías en sectores más comprometidos de esas mismas naciones y que abrió una puerta a la esperanza para articular una propuesta unitaria de izquierda que podría haber condicionado el debate electoral, incluso de cara a la segunda vuelta.
La histórica tendencia del PCF a una idea de «vanguardismo» que no le impide cosechar una derrota tras otra hasta la «victoria final» y el sectarismo casi connatural a otras formaciones, también al LCR, llevó al traste dos incipientes intentos de articular una lista más o menos unitaria en torno a Bové.
Un respiro para la triada de favoritos, Nicolas Sarkozy, la propia Royal y François Bayrou, que han coincidido a la hora de pasar de puntillas sobre la cuestión europea, en un intento de sacar del debate el triunfo del no en el referéndum francés sobre el proyecto constitucional de la UE en 2005.
Con todo, los sondeos auguran en torno a un 12% de votos para esta miríada de candidaturas de izquierda. Varios puntos menos de los que lograron en las presidenciales de 2002.
El director del Instituto de sondeo CSA, Roland Cayrol, apunta a que «una de las razones de esta pérdida de intención de voto reside en que la gente se acuerda de lo que ocurrió entonces y no quiere correr el riesgo de que no haya ningún partido de izquierda en la segunda vuelta», tal y como ocurrió cuando el ex primer ministro Lionel Jospin quedó tercero tras el ultraderechista Le Pen.
Con todo, y pese a hacerlo atomizada, la izquierda francesa volverá a estar presente y sesudos analistas se devanan los sesos en un intento de explicar esta «peculiaridad francesa».
Philippe Raynaud, autor del libro «La extrema izquierda plural», apunta a la desconfianza francesa tradicional respecto al «liberalismo». Dominique Reynié, del Instituto de Ciencias Políticas de París, pone el acento en el prestigio de las ideas revolucionarias en la historia del Estado francés.
Desilusión en la cuenca minera
Sin obviar el peso de esas singularidades, no debería extrañar la presencia de la izquierda real en una época en la que la precariedad alcanza a cada vez más sectores de la sociedad y en la que el voto es una de las únicas formas de protestar contra la política del Gobierno de turno.
Una desesperanza ante la Europa del euro y las deslocalizaciones que, en negativo, promueve el auge de la extrema derecha, auge ante el que el «pragmatismo» del PS y la deriva del PCF no sirven de freno. Al contrario.
En el corazón de la cuenca minera del norte del Estado francés, feudo tradicional de ambas formaciones, la desilusión reina en la localidad de Bully-Les-Mines. El «no» a la Constitución logró aquí un 75% (frente a un 55% de media estatal), pero la ultraderecha concita ya el 25% de los votos en los últimos comicios.
Thomas Gala sobrevive vendiendo bombones en los mercados y no sabe a quién votar. Como muchos otros en esta localidad de 12.000 almas, situada a 50 kilómetros al sur de Lille y a 45 de la frontera belga y que cuenta con un paro oficial del 21% de su población activa.
Desilusionados, algunos coquetean con la candidatura de Bayrou. Otros aseguran que votarán por Sarkozy. Henriette Humez, 56 años e hija de minera, lo hará por Le Pen.
Jerôme Capet, 20 años y camarero «cuando se puede», se confiesa hastiado por la política. «Si al final voto lo haré por el candidato que dé oportunidades a la juventud. Pero, por ahora, no veo a nadie que lo haga».
El todavía presidente, Jacques Chirac, culmina sus doce años en el poder en la más absoluta discreción, sin elevar la voz ni pronunciar adiós oficial alguno, aunque planea la creación de una fundación para hacer perdurar su «legado».
El ex presidente Valéry Giscard d´Estaing, fundador de la UDF de François Bayrou, ha dado su apoyo a la candidatura de Nicolas Sarkozy. Tras arremeter contra la «candidatura del vacío» de Bayrou, defiende que el PS dispute la segunda vuelta.
«No me he sentido muy protegida dentro de mi campo». La candidata del PS, Ségolène Royal se reconoció el domingo pasado víctima de parte de los suyos, que siguen discutiéndole su capacidad para convertirse en la primera presidenta de la historia del Estado francés.
Royal insiste en que «un cierto número de dirigentes del PS no han aceptado nunca» su designación el pasado 26 de noviembre, cuando venció en las internas al ex ministro de Economía Dominique Strauss-Kahn y al ex primer ministro Laurent Fabius.
La última zancadilla a la que se ha debido enfrentar le ha saltado en plena campaña, cuando el ex primer ministro Michel Rocard propuso una alianza con el centrista Bayrou, en un ataque a la línea de flotación de campaña de la que es la candidata de su partido, el PS.
Los ex ministros del PS Bernard Kouchner e Claude Allègre se han sumado a esta zancadilla y el último ha asegurado que no votaría jamás a Ségolène Royal.
Pero la campaña no acaba ahí. Altos funcionarios próximos al PS y calificados de Espartaquistas han anunciado que votarán a Bayrou. Los Graquistas, miembros de gabinetes ministeriales del PS, han propuesto la coalición con el centrista.
El responsable de cuestiones económicas del partido, Eric Besson, ha liderado los ataques contra la personalidad «imprevisible» de Royal y su «amateurismo» en política.
La candidata ha contraatacado logrando el aval de 13.000 firmas de hombres y mujeres contra el «desprecio misógino» del que estaría siendo víctima desde su designación y a lo largo de toda la campaña.