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Jesus Valencia Educador social

Demasiados ribetes franquistas

No me refiero al PP. Estos, no es que tenga ribetillos, son una copia del franquismo en tamaño natural. Hablo de los que un día sufrieron el rigor totalitario y ahora reproducen los modos que entonces tuvieron que soportar.

Los beltzas sólo se distinguen de los grises y de los verdes en el color de los uniformes. En los cuartelillos de todos ellos, lo dice la evidencia, «se tortura como en la dictadura»; y los responsables políticos de ahora, lo mismo que los de entonces, garantizan a los torturadores un manto de impunidad. Ayer, los bienes y pertenencias de los demócratas asaron a engrosar el patrimonio de los fascistas; los ayer expoliados, son los que ahora siguen usurpando locales y sedes de la izquierda; hace cuatro días se repartieron 600.000 euros, los sueldos que los parlamentarios proscritos habían ganado. Siguen construyendo faraónicas infraestructuras «imprescindibles para la nación»; gigantescos escaparates de cemento para demostrar lo majos que son y engordar el bolsillo de los incondicionales al régimen. El PNV ha retomado la costumbre de levantar en cada pueblo monumentos a los caídos; un asalto más en su cruzada contra los radicales batasunos.

Vivieron el exilio y la clandestinidad cuando la dictadura les privó de sus derechos civiles y políticos; gentes ilegales porque así lo disponía un régimen ilegítimo. No cabían más cauces participativos que los que consentía el régimen. En base a otra ley fascista, impuesta también por la fuerza, el ilegalizado PSOE de ayer, ilegaliza hoy. Y ahora, como entonces, pululan los carroñeros que engordan con la carnaza que les ceden los depredadores. Unos y otros analizan la situación de los proscritos en función de sus intereses estratégicos; para nada se preocupan de garantizar el ejercicio de los derechos civiles y políticos. Los ilegalizados por la dictadura, para recuperar los derechos que ésta les usurpara, no tuvieron reparos en pagar un precio excesivo: «¿Prometéis aceptar el modelo de transición y defenderlo con todos los medios a vuestro alcance?» (bien sabemos lo que eso significa en boca de fascistas). «Sí, prometemos». Y en esas andan, exhibiendo la credencial democrática que les concedieron los golpistas y cumpliendo al pie de la letra el compromiso que con ellos asumieron. Durante treinta años han presentado su reinserción como un acuerdo democrático exento de amenazas y claudicaciones. Radicalmente falso. Tanto se reconvirtieron que terminaron asumiendo el proyecto de quienes fueron sus censores.

No soportan que Batasuna sobreviva sin plegarse a sus injustas exigencias, que cuente con un amplio respaldo popular, que movilice miles de firmas que ellos, en otra nueva franquistada, pueden ilegalizar. Pero, sobre todo, no se soportan a sí mismos. Les carcome el haber aceptado las renuncias que el fascismo les exigiera. Se sienten incómodos y quisieran que también la izquierda abertzale ande el camino que ellos recorrieron. No se sentirían redimidos pero sí aliviados. Quien no acepta las condiciones humillantes que ahora ellos imponen los deja, aun sin pretenderlo, en evidencia.

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