Un viaje en el tiempo para revivir el arriesgado trabajo de los almadieros
Subirse en una almadía es retroceder en el tiempo, sumergirse en la secuencia de una película antigua o de un documental en blanco y negro. y esto es lo que hicieron ayer varios vecinos de Burgi, rememorando ante miles de personas un duro oficio que surgió en los valles de Anso y Hecho hace al menos seis siglos, alcanzó su máximo desarrollo en Erronkari y desapareció en 1951.
Los almadieros de Burgi estuvieron ayer más madrugadores que nunca. Aunque tenían previsto comenzar su navegación fluvial a las 10.30 en el término de Olegia, para esa hora ya se encontraban «aparcando» las almadías tres kilómetros y medio más abajo, en el paraje de Basadi, a sólo kilómetro y medio de Burgi. «Como el agua no era muy abundante, hemos decidido adelantar la salida y venir a almorzar», informaba nada más bajar a tierra Iñaki Ayerra, presidente de la Asociación de Almadieros Navarros desde hace cinco años.
El almuerzo, cómo no, consistía en migas de pastor y «chulas» de tocino, acompañadas de vino tinto en bota. Antes de este descanso para reponer fuerzas, los almadieros habían encallado en alguna piedra del río, ya que ni las últimas lluvias ni el deshielo de las nieves habían conseguido subir las aguas del río Ezka al nivel deseado.
«Pero hemos podido seguir sin mayores complicaciones», aclaraba Iñaki Ayerra, un joven de 27 años que ha dado continuidad a la tradición almadiera de su familia, cuando conducir los troncos por el río no era un espectáculo sino un peligroso oficio. De hecho, uno de sus bisabuelos, Donato Mendibe, falleció en 1942 en la foz de Arbaiun. «Se les atascó la punta de la almadía y, como el río llevaba mucha fuerza, el segundo tramo hizo el efecto bisagra y aplastó a dos vecinos de Burgi. Uno de ellos era mi bisabuelo, que murió, y el otro sufrió heridas de gravedad en las piernas», recuerda Ayerra.
Este apellido ha quedado ligado a los almadieros. Su abuelo, Inocencio Ayerra, vivió de este oficio, y el hermano de su abuelo, José Ayerra, es uno de los almadieros vivos más veteranos. Ayer, con sus 87 años de edad, prefirió no subirse a los troncos y contemplar desde la orilla cómo se manejan los jóvenes y los no tan jóvenes, ya que su amigo Juan Urzainki realizó todo el descenso, a pesar de sus 85 años.
Iñaki es uno de los jóvenes de Burgi que ha asumido el relevo generacional para conducir las almadías una vez al año. Lo viene haciendo desde hace ocho, en distintos puestos, ya que los vecinos se van turnando para que todos aprendan a manejarse en las distintas partes de la almadía.
Hasta el salto de la presa
Después de almorzar y posar ante cientos de cámaras de fotos, los almadieros subieron de nuevo a los troncos y enfilaron camino de Burgi. En los cinco kilómetros que separan Olegia y el pueblo no hay tramos peligrosos, pero en los meandros, donde el río es más sinuoso, los almadieros dejan de relajarse y la tensión aparece en sus rostros cuando llega el momento de agarrar el remo con fuerza y anticiparse a las curvas.
«Era un sitio peligroso»
Superadas estas pequeñas trabas, llega el momento más esperado por los espectadores, el descenso de la presa de Burgi. Cientos de personas se han desperdigado a lo largo del cauce para ver pasar las almadías, pero muchísimas más permanecen en el pueblo a la espera del paso más espectacular.
«El salto de la presa de Burgi es muy rápido, dura sólo unos segundos, y es muy bonito por la gente, el bullicio, la espectación, la espuma que se forma... Personalmente, yo me quedo con el recorrido previo, donde no hay gente y disfrutas con la naturaleza», comenta Iñaki antes de afrontar el último tramo del recorrido.
Junto a él se encuentra Manuel Sanz, alcalde de Burgi, que a sus 76 años «recién cumplidos» recuerda sus tiempos de niñez. «Era un trabajo duro, pero para nosotros, que éramos críos, era un espectáculo ver pasar las almadías por la presa de Burgi. Éste era un sitio bastante peligroso, porque alguno podía perder el remo, caer al agua y verse atrapado entre la madera. Si pasaban la presa, parecía que lo demás ya lo tenían chupado», comenta el alcalde, quien además de preparar las almadías en el atadero, con su padre, bajó tres veces en los troncos.
«La última fue en 1946. Siempre iba en la parte trasera. Adelante van los expertos, y los principiantes íbamos atrás porque no hay tanto peligro», explica este veterano almadiero.
Iñaki VIGOR
Junto con su hermano Julio, rodó en 1971 el documental «Navarra, las cuatro estaciones», en el que muestra un descenso preparado de almadías por el río Ezka.
Pío Caro Baroja es un hombre espigado, tranquilo. Mientras espera sentado a la orilla del río, con sus botas y su txapela, la llamada para subir a la almadía, rememora aquel día de 1971 en que se subió a los troncos, junto con su hermano Julio, para filmar el descenso de los almadieros roncaleses que se habían ofrecido para la ocasión.
«Como se ve en el documental, hay muchos planos tomados desde dentro de la almadía. Pero desde entonces no he vuelto a hacerlo. ¿Qué siento ahora? Para mí -responde-, esto es como volver a la juventud, a los recuerdos entrañables y a los amigos. Yo pasé por estos valles en el año 1951, siendo soldado. Luego volví de cineasta en 1971 y aquí estoy de nuevo, con las botas preparadas».
A sus 79 años, Pío Caro Baroja no puede ocultar su satisfacción por recibir la Almadía de Oro. «Para mí es de los premios más importantes que he tenido. He recibido el Premio Nobel -bromea- y tres o cuatro más, pero ser almadiero mayor en Burgi es para mí algo especial».
Enrique Ipas Ornat, alcalde de la localidad oscense de Anso, recibió la Almadía de Oro como reconocimiento a los valles de Anso y Hecho, pioneros en el descenso de «navatas».
El alcalde de Anso, Enrique Ipas Ornat, confesaba que le encantaría descender en almadía, porque nunca lo había hecho, pero la organización había reservado este privilegio a Pío Caro Baroja. «Es la ilusión de mi vida, pero Pío es más mayor y yo quizás tenga la oportunidad el próximo año», confiaba este ansotano de 61 años.
Ajeno a la presencia de varios consejeros del Gobierno de UPN-CDN, Enrique Ipas no oculta que se siente «vasco como el primero», y lo remarca con orgullo: «En 1340 existe una prohibición para hablar lengua vascuence en el mercado de Huesca. El Tributo de las Tres Vacas, que se firmó en Anso, se redactó en vascuence. El idioma más antiguo y el auténtico de nuestros valles es el euskera. Muchos apellidos son euskéricos. Tenemos constancia de que en Anso se hablaba euskera hasta el siglo XVIII. Es nuestra lengua materna y en la lengua fabla hay muchas palabras de origen euskérico. Al traje de la mujer se le llama la «vasquiña», y en Uncastillo todavía hay gente que sabe rezar en euskera».