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alpinismo Cara sur del Tozal del Mallo, cincuenta años

Los franceses se adelantaron a los aragoneses

Se cumplen 50 años de la primera ascensión de la cara sur del Tozal del Mallo (Ordesa). La vía de los «franceses" (MD, 300 m) fue escalada en 17 horas y con un vivac. Dos meses después, una cordada aragonesa firmaba la primera repetición.

Andoni ARABAOLAZA | DONOSTIA

Los días 20 y 21 de abril de 1957 abrieron en gran parte las puertas a una nueva dimensión en la escalada de Ordesa. La vía Original, vía de los franceses o Ravier, tiene la culpa. Marcó un hito histórico, y es que la actividad tuvo el sello de alpinismo de vanguardia. Justo dos años antes, los franceses M. Kahn y J. Gomez dejaron su notable huella al abrir ruta por el espolón este del impresionante y vertical murallón. Pero quedaba pendiente el gran reto: la cara sur. Finalmente, los días 20 y 21 de abril del 57, N. Blotti, C. Dufourmantelle, C. Jaccous, M, Kahn y J. Ravier se hacían con la gran preciada joya del Ordesa de aquella época tras 17 horas de escalada y un vivac.

La actividad fue histórica, firmada en una época de conquista y descubrimiento de territorios vírgenes. Uno de los protagonistas más prolíficos del momento, el aragonés Pepe Díaz, despeja los entresijos de aquel periodo: «El comprendido entre la segunda mitad de los años 50 y la primera de los 60 está marcado por una intensa actividad en el Parque Nacional de Ordesa debido, sin duda, a tres hechos fundamentales: cierta `rivalidad' entres escaladores de ambos lados del Pirineo, franceses, aragoneses y catalanes; la aparición de nuevos materiales y las modernas técnicas de escalada. Estas innovaciones hicieron considerar la posibilidad de abrir nuevas rutas, hasta entonces impensadas, en las espectaculares paredes del cañón».

De esta forma, el Tozal del Mallo se convirtió en el reto principal de los escaladores más avanzados, más vanguardistas, de la cordillera pirenaica. Su cara sur, la más desafiante del momento, ya mantenía en ascuas a dichos protagonistas. Franceses, aragoneses y catalanes tenían todo preparado para ser los primeros en romper con el mito.

De alguna forma, el crono estaba en marcha. Con diferentes argumentos a los de hoy en día, la competitividad era un hecho real. Era una época de gran intriga, de mucho misterio, y así, la sur del Tozal del Mallo se mantuvo fiel a los principios del «cotilleo» de si algún que otro «fantasma» ya había recorrido la verticalidad del inmenso frontón. La antigua famosa guía Ollivier ya hablaba de un personaje llamado Jorge A. Gavín, que alternaba sus fantasías alpinas con su negocio de contrabandista. Pero no fue este enigmático personaje, sino el quinteto francés quien se llevaba el gato al agua.

La primera gran ruta

La historia de la gran ruta comienza en Semana Santa de 1957. Aprovechando el «despiste» de aragoneses y catalanes (y lo decimos por la oportunidad que daban esas vacaciones), el quinteto formado por Blotti, Dofourmantelle, Jaccous, Kahn y Ravier iba a realiza una verdadera actividad alpina, no sólo por la escalada que hicieron sino también por la forma en la que la llevaron a cabo. Para empezar, los escaladores se calzaron los esquíes en Gavarnie con la intención de cruzar a Ordesa y ponerse a pie de vía en la cara sur del Tozal del Mallo.

Querían ser los primeros en aquella virgen y desconocida pared, y para el día 20 de abril ya dan sus primeros pasos en la vertical pared. Tras 17 horas de escalada y un vivac, los franceses acababan la primera vía al día siguiente. En total, clavaron unos 100 pitones. Todo fue sorprendente. En la misma cima, unos turistas se quedaban asombrados con aquellos escaladores que se habían peleado con el vacío que marca la sur del Tozal del Mallo. La ruta se llamó vía de los franceses, pero también es conocida como Original y Ravier; quizás esa última sea la más utilizada en la actualidad.

Como adelantábamos anteriormente, la rivalidad por ser los primeros en los escenarios vírgenes estaba a la orden del día. Los aragoneses se sintieron «dolidos», y dos meses y siete días después, el 28 de junio, firmaban la primera repetición tras 22 horas de escalada y un vivac. Rabadá, Montaner, Bescós y Díaz fueron quienes se quitaron la espina. El propio Díaz reconocía la falta de previsión: «La pequeña anécdota de esta vía es que precisamente en esa Semana Santa nosotros decidimos hacer la integral de las Crestas del Diablo por el aspecto invernal que presentaban tras unos meses de mucha nieve, aplazando para mayo el intento al Tozal. Fatal decisión que nos dejó compuestos y sin novia. Dos meses después la escalamos, y, como recompensa, recuperamos 35 clavijas y algún que otro estribo abandonados por los franceses».

Tanto los aperturistas como los primeros repetidores catalogaron la vía de sexto grado, es decir, la máxima dificultad técnica en libre de la época. En la actualidad, esta ruta es, junto a la Brujas/Francoespañola, la más clásica y frecuentada de las paredes de Ordesa.

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