millonarios gastan su dinero en comprar paraísos naturales
«Ecofilantropía», el ecologismo de los ricos
A los Benetton les ha vuelto a salir un pequeño sarpullido mapuche en sus 900.000 hectáreas de tierras compradas en la Patagonia. Pero esta vez no ha tenido la repercusión mundial de hace unos años cuando echaron de ellas a varias familias que habían habitado allí desde siempre. Ellos son la punta del iceberg del nuevo «ecofilantropismo».
En el año 2002, Rosa Nahuelquir y su marido, Atilio Curiñanco, fueron expulsados de un terreno de 250 hectáreas de tierra en Chubut, en la Patagonia argentina. Aquel suelo pertenecía a la empresa Compañías de Tierras del Sur, propiedad de los hermanos Benetton, Carlo y Luciano, quienes desde 1991 se han adueñado de hasta 900.000 hectáreas de tierras, lo que los convierte en los mayores terratenientes de este país. Aquella acción perjudicó la imagen de la empresa italiana a nivel mundial. Hace dos meses, seis familias mapuches regresaron a esas mismas tierras, mientras los diputados argentinos tienen sobre su mesa un proyecto de ley para expropiar a la firma de ropa más de 500 hectáreas y devolvérselas a sus ocupantes originarios.
A finales del siglo XIX, las tierras del sur de Argentina fueron víctimas de la que se conoce como «campaña del desierto», donde fueron asesinados decenas de miles de indígenas bajo el sangrante argumento de poblar la Patagonia. Hoy, Benetton quiere impedir que esas familias mapuches hagan fuego en un lugar donde las temperaturas bajan entre cinco y ocho grados bajo cero. Rosa Nahuelquir, protagonista de nuevo de este último desafío a la firma italiana, ha invitado a los Benetton a permanecer en el lugar «una noche a ver si aguantan».
La reveladora realidad es que, según la Federación Agraria Argentina, unos 300.000 kilómetros cuadrados, o lo que es lo mismo, el 10% del territorio nacional, equivalente a la superficie de Gran Bretaña y Bélgica juntas, está en manos de inversores extranjeros. Como resumía el diario francés ``Le Mond'' hace unas fechas, «Argentina está en venta», rememorando las palabras de su corrupto ex presidente Carlos Menem cuando en los años noventa dijo que «tenemos tierra en exceso», abriendo las puertas a empresas y grandes fortunas extranjeras.
Los benetton empezaron...
Aquella conquista la comenzaron los hermanos Benetton, quienes cuentan en sus amplios terrenos con miles de cabezas de ganado que producen 1,6 millones de kilos de lana anuales, o amplios pinares dirigidos a la industria forestal. Pero no son ni mucho menos los únicos. ``La Patagonia vendida'' (Ed. Marea) es un revelador trabajo de investigación plasmado en un libro por el periodista argentino Gonzalo Sánchez. Publicado el año pasado, sigue la pista de más de media docena de millonarios extranjeros que como los Benetton han comprado cientos de miles de hectáreas de tierras, lagos y montañas, donde en algunos casos vivían gentes que fueron expulsadas. Y decir Argentina es decir Chile.
El autor lo resume en la primera línea del libro: «La Patagonia es argentina sólo por casualidad». Su argumento es que estos parajes del sur del mundo fueron históricamente denostados por los gobiernos del país, al tiempo que viajeros de todo el planeta se asentaban en sus tierras. En la actualidad, sigue pasando algo similar, reconoce, pero «quienes pusieron rumbo al sur son los hombres más ricos de la Tierra y pareciera que los argentinos, otra vez, nos acordamos tarde».
A juicio de este periodista, el problema no es tanto que los extranjeros estén comprando su país, sino que los locales son los que lo están vendiendo. Desde el río Colorado hasta Tierra de Fuego y desde el Atlántico al Pacífico. Porque advierte de que «los argentinos no son víctimas del despojo como yo pensaba, sino que hay un marco jurídico flexible que favorece la entrega».
No es el único libro que hace referencia a esta sangría del territorio argentino. En ``Tierras S.A.'' (Ed. Aguilar), de Andrés Klipphan y Daniel Enz, se preguntan con sinceridad demoledora: «¿Quiénes son los dueños del territorio argentino?». Y su respuesta es que los Benetton, Lewis, Turner, Cresud, Tompkins, Radici, grupos italianos, estadounidenses, australianos, malayos... «Se llegó al colmo de que inversores extranjeros compra- ran enormes extensiones de tierra al precio de una hamburguesa de Mc Donalds o un par de zapatillas Nike o Adidas», denunciaban los autores.
Como citaba el diario ``Le Mond'', a lo que los Benetton iniciaron les siguieron otros personajes millonarios, como el magnate Ted Turner, fundador de la CNN, quien dispone de 45.000 metros cuadrados patagónicos para «pescar truchas». También tiene su pedazo el controvertido multimillonario Douglas Tompkins, que defiende su intención de «resguardar el ambiente y los patrimonios naturales», y al que se acusa de apropiarse del agua de los acuíferos, crítica que el periodista Gonzalo Sánchez rechaza.
Joseph Lewis, uno de los empresarios más ricos de Gran Bretaña, suele pasar el verano austral en sus 14.000 hectáreas en pleno lago Escondido. El magnate de las patatas fritas ``La´ys'', Ward Lay, compró miles de hectáreas porque la Patagonia le «recuerda al Texas de los años cincuenta». El belga Hubert Grosse compró 11.000 hectáreas para jugar con sus amigos al golf y al polo. El cantante Florent Pagny tiene también su porción de tierra en la Patagonia. Pero no sólo esta región está en venta, como denuncian muchos. En provincias norteñas como Salta, Jujuy o Tucumán, nombres conocidos como Richard Gere, Matt Dimon o Robert Duvall tienen también sus terrenos particulares. Incluso Jane Fonda o Michael Douglas han hecho sus viajecitos al sur del continente.
Estas compras son vistas por muchos con escepticismo, cuando no abierta crítica. Algunos de estos magnates se defienden aseverando que han decidido invertir en la salvación de selvas o parajes naturales, lo mismo que el matrimonio Bill Gates lo hace en la lucha contra enfermedades. Johan Eliasch es un magnate sueco que compró una superficie de la selva amazónica brasileña equivalente al territorio de Gipuzkoa, para frenar la deforestación. El antes citado Douglas Tompkins, fundador de las marcas North Face o Esprit, compra tierra para conservarla, según se defiende. En Chile, por ejemplo, donó casi 700.000 hectáreas. El holandés Paul van Vlissingen compró en 1978 unos 300 kilómetros cuadrados en las Highlands escocesas para su preservación y gestiona unas diez reservas naturales en varios países subsaharianos; por ejemplo, 4.000 kilómetros cuadrados en Etiopía. O el caso del filántropo neoyorquino Michael Steinhardt, quien adquirió las dos islas en el extremo más occidental de las Malvinas y se las donó a Wildlife Conservation Society (WCS), una de esas asociaciones conservacionistas de la tierra que están recibiendo mucho apoyo de estos millonarios con ganas de hacer algo por el planeta.
¿Conservacionismo o colonialismo?
«Además de la Patagonia, pueden ser, claro, los esteros del Iberá (una zona pantanosa de la provincia de Corrientes, en Argentina), la selva amazónica o a veces incluso el corazón de África. Lo que importa es que, para el puñado de personas con cuentas bancarias estratosféricas, este tipo de ecofilantropía es el lujo del momento», escribía hace unos días la periodista Juana Libedinsky en ``La Nación''. «Mientras este conservacionismo radical es celebrado en algunos ámbitos como ejemplo extremo de altruismo planetario, para otros observadores son emblemáticos casos de un nuevo tipo de colonialismo, esta vez, teñido de verde. O de oscuras conspiraciones geoestratégicas que buscan poner en manos extranjeras recursos naturales de naciones en desarrollo».
R.J. Smith, director del Center for Private Conservation de Washington DC, advierte de estos peligros: «Si en estas tierras que los supermillonarios están preservando se logra una mezcla privada de protección del hábitat con una utilización sustentable de recursos y ecoturismo, es posible que se logre proteger áreas de biodiversidad única. Pero para ello la gente de la zona y los indígenas deben incorporarse a la operación, el gerenciamiento de esas tierras y también participar del beneficio». Es el caso de Paul van Vlissingen y sus tierras compradas en 2005 en Etiopía, donde miles de miembros de la tribu mursi están en peligro de ser desplazados bajo el argumento de la preservación de esta zona. O lo ocurrido con los mapuches en Argentina. «Un tipo de ecología que no contempla la existencia de personas y aspira a conservar el medio ambiente sin la vida humana», como lo define Marcelo García, investigador del Centro Regional de Estudios Económicos de la Patagonia Central
Joseba VIVANCO
A la par que el surgimiento de estos nuevos mecenas de la naturaleza, vienen despuntando nuevas y cada vez más poderosas organizaciones internacionales que se presentan como ecologistas y dedicadas a la compra de tierras y selvas con el fin de su preservación. Para algunos analistas son la competencia «ecologista» a las tradicionales ONG como Greenpeace o WWF. Reciben enormes cantidades de fondos, incluso de bancos o empresas, y saben buscarse el apoyo de pequeñas organizaciones ecologistas de los países donde aterrizan.