análisis el pulso turco
Viejas y nuevas élites luchan por imponer su modelo político
Asistimos a un verdadero pulso entre dos concepciones de la política del país, entre las viejas élites formadas en torno «al Ejército turco y a los burócratas del aparato estatal, junto a buena parte de las direcciones de los partidos de la oposición y algún que otro segmento de la sociedad civil", y esas nuevas élites que representan los sectores del AKP.
Txente REKONDO Gabinete Vasco de Análisis Internacional
El camino al palacio presidencial turco para Abdullah Gül parece que se cierra de momento. El candidato del gobernante Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) ha visto cómo el TC anula la primera votación para elegir al presidente, algo que no había sucedido hasta ahora.
La sucesión de acontecimientos nos ha mostrado que para esa batalla ambos conten- dientes utilizan su artillería pesada y han diseñado los movimientos de fichas en defensa de sus respectivas estrategias. La más que posible elección de un presidente del AKP había puesto muy nerviosos a los estamentos ligados al status quo, de ahí esa cadena de acontecimientos impulsados por éstos. Las maniobras de la oposición -borrada del mapa parlamentario en las en las últimas elecciones-, el pronunciamiento del todopoderoso Ejército turco, y ahora la sentencia del Tribunal Constitucional, son las aportaciones de una de las partes al proceso presidencial.
Por su parte, el AKP, y más concretamente el primer ministro Recep Tayyip Erdogan, también han sabido maniobrar. Muchos medios señalaban que el propio primer ministro sería el candidato de su formación política, y que gracias a su mayoría parlamentaria lograría hacerse con el sillón presidencial.
Sin embargo, Erdogan y el AKP han mostrado una importante cintura política, al optar por el ministro de Exteriores, y otro de los pesos pesados del partido, Abdullah Gül, para el cargo. Así, mientras que para unos este movimiento respondería a una cesión ante las presiones militares, otros señalan que respondería a una ingeniería política más profunda. Y a la vista de los acontecimientos parece que se confirmaría esta segunda lectura, ya que probablemente, con el adelanto de las elecciones parlamentarias, el AKP logre una mayoría que le pueda permitir una reforma de la Constitución que abriría el paso a la elección presidencial en referéndum popular. Y tal vez sea el objetivo perseguido los estrategas del AKP.
En los cinco últimos años, el gobierno presidido por el AKP ha logrado «doblar la renta per capita, ha reducido sustancialmente la deuda pública y ha conseguido un relativo clima de estabilidad que ha facilitado también las inversiones extranjeras». Frente a ello las ofertas de la «oposición» no parecen aportar nada nuevo y una intervención del Ejército significaría el portazo a la UE, el fin de las inversiones extranjeras y una grave crisis económica.
La nueva encrucijada turca se encuentra con los mismos fantasmas del pasado, la bota militar que siempre se ha mostrado como una solución cortoplacista, donde esa institución dice defender el sentido secular y democrático de la República Turca, que irónicamente «es puesto en peligro por la voluntad de su propio pueblo», una cruel ironía del destino. El miedo al cambio, a perder privilegios, son el núcleo que unen a los sentimientos antioccidental, antiUE y antidemocracia. Todo ello se adereza con el disfraz de la supuesta defensa del laicismo como columna vertebral de la identidad turca, sin embargo se asemeja más a una doctrina basada en el elitismo político y el autoritarismo, «que legitima el papel del Ejército como garante de esa situación».
La amenaza de intervenciones militares muestra que para esos sectores la legitimidad política del sistema no reside en la voluntad popular sino en el Estado y en el Ejército. Otros sectores apuntan que el «secularismo sin democracia no es más que una ilusión», un sistema con ciudadanos de primera y de segunda categoría.
La sociedad turca se enfrentará a semanas complicadas, pero que en modo alguno obedecen a las teorías prefabricadas desde algunas capitales occidentales, que nos quieren presentar una Turquía dividida en dos, en islamistas y laicistas.
La complejidad del país es mucho mayor. Harían bien esos mismos analistas en mirarse de vez en cuando en su propio espejo (países occidentales oficialmente laicos, donde sus autoridades asisten como tales a actos religiosos cada día, o partidos que se definen cristiano-demócratas....
De confirmarse la celebración de las elecciones parlamentarias programadas para noviembre, y si de las mismas sale reformado el AKP, cabría preguntarse cuál será la reacción de los militares. ¿Volverían a dar otro golpe de Estado, a pesar de las funestas consecuencias para Turquía?, y la llamada oposición, ¿pondría el grito en el cielo por un sistema electoral (diseñado por ellos en su momento) que les puede volver a situar fuera del espectro parlamentario?
Es pronto para aventurar la reacción del pueblo turco, si asumirá esos miedos que difunden algunos actores como ya lo hicieron anteriormente, cuando circulaban «historias» sobre que las mujeres no «podrían andar por las calles...».
Turquía presenta un importante número de asuntos pendientes de resolver (Kurdistán, derechos políticos y sociales de los alevíes y otras minorías religiosas, democratización...), que no difieren mucho de los que también deberían afrontar muchos estados occidentales.
Mientras tanto sigue sobre la mesa el pulso entre diferentes sectores de aquella sociedad dispuestos a conducir el país en una u otra dirección, en función de sus propios intereses, coincidan éstos o no con los de la población turca.