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Fermin Gongeta Sociólogo

Nací hereje

¡Hace demasiado tiempo que en Euskal Herria conjugamos el verbo condenar! Lo hacemos todos los días. Reiteradamente exigimos justicia, justicia y democracia

Nací hereje. Así fue porque, como todos, vine al mundo como ser único e irrepetible, creciendo con mis propias miserias, grandezas e imperfecciones.

Mantengo y me empeño en mi herejía para poder pensar, disentir, elegir y decidir en libertad, frente a quienes pretenden someterme, que son muchos.

Herejía en griego equivale a elección. De ahí que sea algo tan odiado por gobiernos, religiones y partidos. Ellos quieren en su seno a seguidores con pensamiento único, obedientes a sus directrices y en sumisión absoluta a sus postulados. De ellos se alimentan. Ya Thomás Hobbes indicaba que para los gobernantes, aquellos que pensaban como ellos, «tenían opiniones», mientras que el pensamiento de aquellos que disentían eran simplemente herejías.

Es sabido, incluso por los dirigentes políticos, que el pensamiento único y uniforme entorpece, debilita y termina por marchitar el sentido crítico. Nos intentan adocenar limitando nuestras conversaciones y pensamientos a los estándares de diarios gratuitos, radios y televisiones absolutamente mediocres.

La trivialidad, la falta de la censura de pública opinión, es lo que buscan los grandes partidos españoles. También lo hacen el PNV y UPN, fieles siameses ideológicos de los invasores de Euskal Herria.

No puedo menos que estar absolutamente de acuerdo con Nietzsche cuando afirma que «lo mejor de las religiones son sus herejes». De la misma forma que se puede mantener que lo mejor de los partidos políticos son sus disidentes. En definitiva, son las herejías, las disensiones y oposiciones políticas y sociales las únicas que mantienen el espíritu en estado de alerta.

Todo ello porque la discrepancia y desacuerdo con el poder establecido responde únicamente a la necesidad imperiosa que sentimos de poner límites a la enorme dosis de irracionalidad y de insensatez de los dirigentes políticos. A quienes gobiernan, dirigen y administran el Estado español y Euskal Herria, no les agrada que haya ciudadanos que, como cantaba Brassens, anden por un camino distinto al de ellos. Pretendiendo además que, en el mismo camino, vayan por detrás, como en un cortejo.

«Nos tendrán enfrente quien quiera volver a la violencia y al pasado destructivo» -Decía el señor Ibarretxe- [GARA, 07-04-22]. Yo le digo: Vosotros me tendréis en frente mientras mantengáis vuestra violencia y vuestro presente destructivo.

«Batasuna lo tiene fácil» dicen los dirigentes del PSE, Patxi López, José Blanco, Antonio Pastor y el mismo señor Zapatero. «Debe condenar la violencia» [la de ETA, claro].

Buscan únicamente la humillación. Pero, como diría Gastón Bachelard en su obra «Psicoanálisis del fuego»: «La voluntad de condenar, utiliza siempre el arma que se esconde bajo la manga». ¿Acaso no mantienen ocultas las listas de los quince mil (15.000) vascos incapacitados para concurrir a las elecciones?

Ellos, los que poseen el baremo de la bondad o maldad de los ciudadanos, los diosecillos del poder, condenan y quieren a todo trance que la izquierda aabertzale condene.

¡Hace demasiado tiempo que en Euskal Herria conjugamos el verbo condenar! Lo hacemos todos los días. Reiteradamente exigimos justicia, justicia y democracia. Condenamos brutalidades en juzgados, en comisarías, en las cárceles y en las directivas de los partidos políticos. Muchos de ellos no dejan de ser hijos fieles de Franco y de Isabel y Fernando. Estos necesitaron un Papa valenciano, el Borgia, para que les hiciera católicos. A los de a pie quisieron hacernos «buenos» a crucifijazo limpio.

Condenamos su prepotencia, su falta absoluta de democracia y de humanidad, su falta de educación cívica. Mientras, ellos condenan con simpleza, únicamente lo que no les agrada. Temen que prosigamos conjugando el verbo condenar, pero no como nos lo enseñaron desde la monarquía, durante la dictadura, y hasta la actual e idéntica corona.

No sabiendo fortalecer la justicia, lo único que hacen es justificar la fuerza. ¡Triste labor y desatino de los residuos monárquicos aún en el poder!

Me pregunto yo mismo por qué no cito al Partido Popular. Hablar de ellos, cualquier afirmación, por irreverente que fuera, constituiría para ellos una alabanza.

Las elecciones tan cercanas en Euskal Herria, las del dos mil siete, las definiría como el pretendido espectáculo que representan los elegidos actores, los Grandes de España -PSE y PP- junto al PNV y UPN con sus papeles secundarios. Ellos, desde el poder, que no desde el derecho, se empeñan en representar su propia comedia, trágica para la democracia. Se obstinan en mantener a la izquierda abertzale en el patio de butacas, o más bien en el gallinero del teatro. Y a los falsamente juzgados, detenidos y encarcelados siguen condenándoles, impunemente, en las maz- morras de las obsoletas caballerizas napoleónicas. Porque los españoles se libraron de Napoleón, pero no de los herejes.

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