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Pantoja Royal

Ines INTXAUSTI
Crítica de televisión

Euskal Telebista volvió a recordarnos que, excepción tras excepción, convierte en regla de oro un principio máximo a la hora de abrir sus informativos. Nunca con un affaire real -salvo si se trata de un affaire Royal, eso sí- y mucho menos con una noticia seudo-rosa proveniente de la cantera folklórica de latitudes sureñas. Sin embargo, Isabel Pantoja consiguió, una vez más, ser la primera en aparecer en todos los telediarios del resto de canales públicos y generalistas.

Nuestros hermanos de los Pirineos Atlánticos no conocen, probablemente, a la Pantoja. Como biopic, vayan estas dos líneas: se convirtió en insaciable icono mediático para el mundo hispano el mismo día en el que su marido, Francisco Rivera «Paquirri», moría en la plaza. Desde entonces, Isabel Pantoja es identificada con un mundo que desata pasiones irrefrenables en dos direcciones. Recuerdo cuando hordas de lesbianas gritaban en sus conciertos aquello de: «¡¡¡Isabel, queremos una hija tuya!!!». Y también he visto cómo esta misma semana vecinos de Marbella pretendían lincharla. Son las cosas de la vida, son las cosas del color. Del color del dinero.

Mientras tanto, en el Departamento vasco que reflexionaba acerca del voto presidencial, aparecían el amigo del Rey de España (no el del Karma), Sarkozy y una elegantísima Ségolène recién llegada del siglo XVIII, con un sobrio cuello de Mao y refiriéndose a Zapatero con su nombre de pila, José Luis, en un último y decisivo debate televisivo. ¡Vive la difference!.

Ambas citas -Pantoja y Royal- contabilizarán en los índices de audiencia anuales como un pico inflexivo difícilmente superable. Ni el nacimiento de una nueva boca real pudo llegar a hacerles sombra. Ser testigo de ambas cosas es inquietantemente esquizofrénico, ya lo sé. Pero nunca ha sido eso un problema en este nuestro país. Así las cosas, sería deseable que los próximos días 12 de octubre del milenio los dedicáramos a celebrar la «Ahizpanidadea» entre Iparralde y Hegoalde, para no tener que excusarnos por nuestras incursiones en El Dorado.

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