Jon Odriozola Periodista
Estonia, «mon amour»
Imagine el lector por un instante que el desenlace de la guerra civil española hubiera sido favorable a la causa republicana y que Euskadi hubiera sido liberada gracias a los gudaris y a los milicianos españoles y brigadistas antifascistas extranjeros. En este ejercicio de historia contrafactual, supongamos que el País Vasco hubiera ejercido el derecho de autodeterminación y optado mayoritariamente por la independencia. Pero una secesión con sello de clase burgués y con un Gobierno que aprovechara para retirar un monumento que muestra a un soldado del ejército republicano español que coadyuvó a la liberación nacional vasca. O que retiraran del callejero urbano los nombres de heroicos antifascistas españoles, pongamos Líster, Modesto, Pasionaria, Durruti o Negrín o José Díaz. El Gobierno español, lógicamente,se molestaría.
Ahora imaginemos que el pueblo vasco-navarro peninsular no elige la independencia sino la libre unión con el resto de los pueblos ibéricos con un estatuto especial que reconozca la diferencia indudable de la nación vasca y la posibilidad de separarse si lo estima oportuno. Pensemos que el Gobierno español de carácter socialista o claramente comunista cae junto al muro de Berlín y la antigua Unión Soviética (de la cual, claro es, según la propaganda del «mundo libre», España no sería sino un «satélite» y no un aliado) y que esa coyuntura es aprovechada por la burguesía «nacional» vasca liderada por el insobornable demócrata Josu Jon para pedir, apoyado por las democracias occidentales y el Estado Vaticano, la independencia de Euskal Herria a la voz de ya. Entonces se sentiría con las manos completamente libres para retirar cualquier monumento que homenajeara a los soldados antifascistas que serían tildados, para más vejamen, de «ocupadores» nada beneméritos y sin tricornio. Pero el Gobierno español, ahora dirigido por lo que fue la «oposición ultrademocrática», también se irritaría y protestaría por la discriminación que se hace en la tierra vasca de la «minoría española» o alógena. Pues bien, algo parecido ha sucedido estos últimos días en Estonia, donde su Gobierno ha trasladado la escultura de un soldado del Ejército Rojo (no ruso necesariamente; importa matizarlo) a un lugar secreto provocando un muerto,heridos y detenidos que son insultados,además,como «delincuentes» (Sarkozy diría «escoria») por el presidente estonio.
Ahora hagamos un poco de historia, pero esta vez no contrafactual o virtual. Desde principios de la década de los años 90 del siglo pasado (ahora hay que expresarse así),los viejos legionarios nazis vienen organizando desfiles en Riga, capital de otro país báltico, Letonia. El 16 de marzo de 2005 se celebró una manifestación conmemorativa en honor de los nazis y fascistas locales de la II Guerra Mundial. En Estonia, el 8 de mayo de 2005, día en que se celebró el 60 aniversario de la victoria del Ejército Rojo sobre la barbarie fascista, en Tallin, la capital, se inauguró un monumento a todos aquéllos que se alinearon durante la guerra al lado de la Alemania hitleriana. Es como si en Eibar quitasen el nombre de Toribio Echevarria a la calle a él dedicada y pusiesen en su lugar a Alfred Rosenberg, ideólogo nazi,que era un prusiano de origen báltico, por cierto.
Al igual que otros Estados de Europa central y oriental, Estonia está gobernada por personajes que trabajaron para los servicios secretos de Estados Unidos y formados por ellos durante la guerra fría (lo mismo que ocurre hoy con los presidentes títeres de Irak y Afganistán). En los últimos meses de la II Guerra Mundial, el contraespionaje estadounidense, la sección X2 de la OSS (precedente de la CIA) fue encargada de localizar agentes nazis dispersos después de la retirada del ejército hitleriano. Había que actuar rápido antes de que los partisanos los identificasen y los eliminasen. En vez de detenerlos y juzgarlos, James J. Angleton, jefe del X2, y el general William J.Donovan, director de la OSS (Oficina de Servicios Estratégicos), decidieron recuperar a estos criminales de guerra para reutilizarlos en la previsible guerra mundial contra el comunismo (que salió muy fortalecido y prestigiado tras la guerra).Los vichystas franceses, por ejemplo, fueron reclutados tras el regreso de René Bousquet, jefe de la policía francesa colaboracionista. O, en Italia, el príncipe Valerio Borghese, fue uno de los primeros en revelar -lo lógico hubiera sido tapar y esconder- los nombres de sus pistoleros fascistas para salvarlos de su segura condena y ofrecerles nuevos cargos.
Cuando el Eje capitula, la operación se extiende a Alemania, lo que hizo posible «recuperar» al general Reinhard Huelen, ex jefe del servicio secreto del ejército hitleriano en el frente del Este, el más peligroso y decisivo. Digamos de pasada que lo primero que hicieron los soviéticos al entrar en Berlín fue buscar a Gehlen, a quien se la tenían jurada. Ni Hitler ni Martin Bormann: Gehlen. Después de diez meses en EEUU, Gehlen fue amnistiado y se le confirió la «responsabilidad» de crear el BND, el servicio secreto de la Alemania federal. Muchos de los agentes nazis que habían participado en odiosas acciones criminales durante la guerra no podían ser empleados por los Estados europeos de modo que fueron «colocados» en América Latina: los carniceros al Cono Sur y los cerebros a Estados Unidos.
Para los imperialistas la nueva guerra contra el comunismo no sería de tipo convencional sino de naturaleza política, económica y psicológica. Enfrentaba a Occidente contra el ogro comunista dando una dimensión religiosa, racista y mística a la guerra fría (como ocurre hoy contra el «fundamentalismo islámico»). Todos los medios de comunicación debían ser movilizados para que los «occidentales» le identificaran con el «mundo libre» que, naturalmente, EEUU encabezaba.
Si en los países bálticos quienes hoy mandan fueron espías y sabuesos anticomunistas y pronazis, ya no hay espías de película en blanco y negro. Ahora lo que hay son «fontaneros» que sirven a quienes sólo ejercerían la «vía báltica» a la independencia -ni siquiera la montenegrina- en caso de que en España ocurriera algún terremoto político. Y no me refiero a que se proclamara la III República, lo que pondría en un apuro a Josu Jon, que ni aun así pediría la independencia.