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Martin Garitano Periodista

La nueva teoría de la conspiración

A Josu Jon Imaz le atribuyen algunos la virtud de hablar sin doblez. Ensalzan su va- lor por las palabras contundentes, las buenas formas y la cintura dialéctica y política suficiente para gestionar un partido que ha pactado con casi todos, ha gobernado en mayoría y minoría, ha firmado acuerdos y coaliciones con los neofranquistas, con el PSOE de tiempos del GAL, con su propia escisión, con los comunistas... y hasta con ETA en tiempos de Lizarra-Garazi.

Habrá que reconocer que habla alto, pero no coincido en reconocer su claridad. No hay tal claridad. Su última intervención en Madrid ha sido un ejercicio de absoluta y meditada confusión.

Defendió Imaz que la izquierda abertzale estuviera en las elecciones con todas sus candidaturas porque así se acreditaría la «auténtica debacle» de Batasuna. Y adelantó que la fotografía de los resultados electorales, con ANV en unos pocos municipios, será confusa porque tal debacle no se producirá donde, como anunció Urkullu, habrían pactado PSOE y Batasuna.

La nueva teoría de la conspiración de los laboratorios de Sabin Etxea, además de caerse por su propio peso, busca tranquilizar la conciencia de su propia base social, afectada en buena parte por el atropello indigno e indignante que padecen decenas de miles de ciudadanos vascos. Buscan Imaz y Urkullu acallar las voces críticas que les afean el empalagoso romance que viven en las alcobas de la política madrileña, las visitas gozosas a los salones de Zapatero y Rajoy (hay que poner huevos en todas las cestas) y hacer olvidar así evidencias que les dejan con las vergüenzas al aire, como el agradecimiento de los magistrados del Tribunal Supremo por la diligencia y buen trabajo de la Ertzaintza de Balza al informar sobre miles de ciudadanos «contaminados».

¿Cómo casa eso con la teoría de la conspiración? Aunque para una persona normal parezca imposible, es sencillo para Imaz y Urkullu. Si a HB le hicieron un favor encarcelando a Telesforo Monzón; si HB ganaba votos cada día que Idigoras permanecía enfermo y en prisión; si los familiares de Lasa y Zabala arremetieron contra las porras y pelotas de la Ertzaintza en el camposanto de Tolosa; si Otegi es un activo para Batasuna cuando lo encarcelan... ¿cómo no entender que a la izquierda abertzale le interesa que la ilegalicen? La teoría de Imaz y Urkullu tiene, sin embargo, una pega: no cuela.

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