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ANÁLISIS | el primer ministro británico deja la política

Después de diez años, Tony Blair se despide con un sabor agridulce

No muchos líderes políticos británicos han ganado tres elecciones consecutivas y, mucho menos un, líder del Partido Laborista. Posiblemente, este es un récord difícil de igualar. Sin embargo, en el día de hoy, cuando se espera que anuncie la fecha de su abandono de la política, la opinión pública, el electorado y el laborismo dan la espalda a su legado.

Soledad GALIANA Corresponsal en Dublín

Han pasado ya diez años desde la arrolladora victoria de Tony Blair en las elecciones generales de 1997. Tras pasar una década en el poder, anuncia su retirada de la política en un momento en el que su popularidad está más baja que nunca.

Ha llegado la hora de decir adiós a Tony Blair, el político con el don de palabra, del gesto apropiado y la respuesta esperada. El hombre que ha dominado el paisaje político británico como pocos otros dirigentes abre hoy la puerta de su residencia de Downing Street a las ambiciones de otros que desde el laborismo desean reemplazarle. Todo apunta a que su sucesor será Gordon Brown, pero la creciente rivalidad dentro del partido podría ocasionar una pugna por el poder, ya que los seguidores de Blair se plantean presentar un candidato opositor, que podría ser el actual ministro de Interior, John Reid.

Pero hoy no es el día de mirar al futuro del laborismo y del Gobierno de Gran Bretaña, sino el de considerar el legado de Blair, un hombre con ambiciones que se ha mantenido diez años a la cabeza del Gobierno de uno de los estados más poderosos, y que se va rodeado de crïticas a su gestión.

¿Qué ha hecho que la opinión pública e, incluso, su propio partido le den la espalda? Hay varias respuestas o quizás, una sola con diferentes matices. Evidentemente, la decisión de tomar parte en la invasión de Irak ignorando la oposición de gran parte de la sociedad británica y de las bases laboristas ha jugado un papel importante.

Sin embargo, el mayor insulto para los británicos fue el uso de evidencia claramente fabricada -el famoso dossier con la información sobre el uranio de Níger que nunca existió- y aumentada por su efectivo grupo de relaciones públicas o spin doctors, algo que aún no le perdonan.

Ha sido precisamente la relación de Blair y sus administraciones con la prensa, la manipulación de la información para servir sus propios fines, lo que le ha valido las mayores críticas.

Los medios le auparon en 1997, y le han bajado del trono. Los británicos ya no confían en que Blair utilice su moralidad como herramienta de juicio, una de las bazas a su favor cuando fue elegido, ya que consideran que el mayor don de su hasta hoy primer ministro es la capacidad de adaptar sus convicciones para dar respaldo moral a sus acciones, «un hagamos y luego justifiquemos».

La coalición de centro izquierda que le hizo imbatible en las elecciones de 1997 y 2001, y que le ayudó a mantener la supremacía laborista incluso con la caída de popularidad que el partido sufrió en las elecciones del 2005 se derrumba.

La introducción de la denominada Tercera Vía o Nuevo Laborismo, el socialismo de «salmón ahumado» o «sandwich de gambas», le costó la ruptura con los apoyos tradicionales del partido dentro del sindicalismo. El laborismo abandonó el rojo para teñirse de un atractivo y moderno rosa, pero sin contenido ni ideología clara, su proyecto para el partido se basa más en la imagen que en los hechos, al igual que él es más un hombre de ideas que de actuaciones, al que le gusta dirigir pero no el detalle de la implementación.

Lo que sí es cierto es que su estrategia de mover el partido al centro del espectro político -de nuevo, los sindicalistas dirían a la derecha del espectro político, como ejemplifica su amistad con la canciller alemana Angela Merker o José María Aznar-, le sirvió para dejar a los Conservadores británicos sin espacio político y, por tanto, sin electorado. Así selló el fracaso de sus adversarios políticos William Hague, Iain Duncan Smith y Michael Howard, y ahora que los tories se han hecho con un líder atractivo para los electores en la figura de David Cameron, este resulta ser un clon de Blair.

La elección de esta semana para iniciar su despedida quizás tenga que ver con el deseo de edulcorar el amargo sabor de sus últimos años de gobierno y, particularmente, de las elecciones autonómicas y locales de la pasada semana. Blair es escocés, aunque casi ni él lo reconozca.

Ha intentado controlar el desarrollo de las autonomías y, por eso se le han rebelado. No hay más que mirar los resultados: El Partido Laborista puede ser escocés, pero los escoceses son ahora nacionalistas, y los galeses... El martes, con la formación del Ejecutivo en el norte de Irlanda, se consolidó un proceso de paz que si bien no se inició bajo su mandato, se ha beneficiado de su presencia.

Fue el primer ministro británico en estrechar la mano de un republicano, y si el conservador Major inició el proceso y Mo Mowlan convenció a los paramilitares lealistas de que participaran, Martin McGuinness, segundo en el Gobierno y jefe del equipo negociador de Sinn Féin, indicó que sin su ímpetu, el «proyecto hubiera colapsado».

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