Tras curtirse en el género documental, Hernán Gaffet ha dado el salto a la ficción con un trabajo que reivindica el aspecto costumbrista legado por cineastas como Mario Sofficci y Hugo Fregonesse. Con esta apuesta, este modelo que se distancia intencionadamente del llamado «nuevo cine argentino», Gaffet ha conseguido un acercamiento fidedigno a la conducta del porteño, el bonaerense tradicional que, a golpe de bandoneón, suspira con las traiciones emocionales que padeció a manos de una mala mujer.

A falta del amor verdadero que simboliza la madre, el porteño encontrará su refugio en cementerios de elefantes como el que retrata Gaffet en este notable filme: un garito humeante cuyo nombre forzado -Garllington- homenajea a dos compositores de emociones llamados Carlos Gardel y Duke Elington. En este escenario bonaerense de soledades compartidas, el porteño lame sus heridas mientras comparte tragos, humo, tango y diálogos con otras almas errantes.

El actor Claudio Rissi lleva a cabo un convincente caracterización del propietario de este casi extinto vestigio de un modelo social y cultural de conducta, el apropiado maestro de ceremonias encargado de poner orden en este corral donde jamás se puede hablar ni de fútbol, ni de política, porque sabe hacia donde derivan estos temas. Dos viejos camaradas comparten barra y un tercero, si su trabajo se lo permite, se apunta a las tertulias monotemáticas sobre mujeres que se celebran diariamente en el «Garllington». Como suele ocurrir en los buenos tangos, la irrupción de una mujer que en el pasado fue amante de los tres alterará la conducta del trío, lo que derivará en un encadenado de situaciones y emociones contradictorias en las cuales, y como ocurre en los salones de baile donde se practica el tango, la mujer dicta el paso.

La actriz Dolores Solá cumple con creces el requisito que se le presupone a esta tipología de mujer que inspira todo tipo de comentarios y pasos de baile.

Fiel al ideario del filme, la película traduce en palabras, sonidos y miradas las tribulaciones de estos personajes extraídos de la iconografía popular y primitiva de un Buenos Aires que está a punto de desaparecer. Los diálogos rápidos y afilados que comparten estos cuarentañeros obligan al espectador a realizar un trabajo extra a la hora de captar los dobles giros, el acento y la vocalización de unas frases lanzadas al más puro estilo porteño.

Quizás sea éste el principal lastre de esta propuesta lúdica: captar los matices y el acento particular de una cultura popular. Afortunadamente, el respaldo oportuno de un montaje dinámico y su reconocible banda sonora tanguera aportan la frescura que requiere este ejercicio de calculada nostalgia y diversión costumbrista cuyo universalismo temático es narrado desde una postura tan hermética como la que se respira en el «Garllington».