En una alocución televisada con motivo del séptimo aniversario de la retirada israelí del sur del país, el primer ministro de Líbano, Fuad Siniora, mostró la determinación de su Gobierno de «erradicar el terrorismo» y «reestablecer la autoridad del Estado», abonando la tesis de una inminente reanudación de los bombardeos contra el castigado campo de refugiados palestinos de Nahr al-Bared.

El Ejecutivo pro-occidental, que recibió el aval total a su estrategia por parte del ministro de Exteriores francés, Bernard Kouchner -de visita a Beirut-, rechazó, por boca de su titular de Defensa, Elias Murr, negociar con la organización islamista Fatah al-Islam, y le instó a rendirse incondicionalmente o a enfrentarse a una intervención.

Los milicianos de esta organización, que algunos analistas vinculan a la red Al Qaeda, reiteraron su voluntad de morir con las armas en la mano.

El drama de los civiles

Mientras tanto, y por segundo día consecutivo, pequeños grupos de refugiados se sumaban ayer al éxodo del campo.

Según cálculos de organizaciones humanitarias, alrededor de la mitad de los 31.000 refugiados han abandonado el barro con destino al campo de refugiados vecino de Baddaui.

Ello supone que 15.000 personas permanecen en el interior del devastado barrio, al albur de la voluntad artillera del Gobierno y el Ejército libanés.

Periodistas que han accedido a su interior hablan de calles fantasma, bajo el fuego de francotiradores, y donde nadie osa salir a la calle y todos los comercios están cerrados.

Lo que se han quedado son los más pobres o los más enfermos. También hay heridos y refugiados que se niegan a abandonar sus pobres casas y cambiarlas por las escuelas del campo vecino de Baddaui.

Al mediodía, una columna de mujeres y niños desharrapados abandonaba el campo. «Hemos dejado a los cuatro abuelos porque no podían seguirnos. Algunos jóvenes se han quedado para protegerles», lloraba desconsolada Djamila Fatib.