Tomás Sarasola Historiador
Aunque la mona se vista de seda, tú siempre nunca
Es una forma de ser y actuar característica de la derecha, que no ha tenido nunca ningún complejo en mentir y manipular. Su posición ha sido siempre la misma: todo es válido y legítimo. De los socialistas algo se esperaba, en otro sentido
La edad hace estragos, es un tópico pero que guarda en sí algunas verdades. Y el efecto que hace en los izquierdistas de otras épocas, aún recientes, es demoledor. Ya se barruntaba algo cuando parte de la gauche divine, ante la victoria mediante los votos en Argelia de los denominados por los occidentales fundamentalistas musulmanes, defendió en un plis plas la legitimidad de la anulación de las elecciones.
Pero esto correspondía a intelectuales a los que no conocíamos más que en parte o desde cierta distancia, cuando menos física.
Después de pasar traumatizados varios decenios frente al argumento de que en la ahora extinta URSS no se celebraban elecciones democráticas y, por lo tanto, el socialismo no tenía legitimidad, ni tampoco los proyectos políticos de la izquierda que algunos aquí defendían, llegó Argelia y se resolvió la contradicción rápidamente y sin que la intelectualidad se revelase, aunque fuera sólo «intelectualmente».
Tanto la derecha española como la vasca han utilizado de manera recurrente este argumento sobre el voto como fusta contra todas las ideas y proyectos de izquierda. Solamente hay que oírles sus reiteradas declaraciones en relación a Cuba.
Pero a la vez, todos estos dirigentes políticos de la derecha no han tenido ninguna vergüenza en olvidarse de lo hasta ahora mismo defendido y justificar lo contrario ante la conculcación del derecho universal del voto para candidaturas que contaban con el refrendado de 80.000 ciudadanos. Es una forma de ser y actuar característica de la derecha, que no ha tenido nunca ningún complejo en mentir y manipular, ni tampoco en cambiar los hechos para que se ajusten a sus intereses (desde el levantamiento nacional-fascista del 36 contra el régimen de la República hasta hoy día con los atentados de Madrid ). En realidad, su posición ha sido siempre la misma: todo es válido y legítimo.
De los socialistas, algo se esperaba, en otro sentido.
En los últimos años no se han producido grandes debates intelectuales, pero aquí («aquí», país para algunos, región para otros o, simplemente, comunidad autónoma española para los de más allá ) se ha generado un colectivo de comentaristas y opinadores que en los medios de comunicación han alcanzado una cierta notoriedad social.
Gran parte de ellos proceden de la izquierda, bien por haber militado en los grupos más comprometidos o bien por haber pasado algunos meses por sus filas, aunque sólo fuera por seguir lo que se llevaba en ese momento. Otros vienen de la derecha, y algunos más no presentan, aparentemente, una adscripción política clara.
Se trata de gente que se ha especializado en el debate y en las discusiones. Sería exagerado compararlos con los intelectuales de relumbrón o la gauche divine, pero de alguna manera cuentan con cierto nivel de influencia sobre las gentes y, por lo tanto, se supone que debieran tener una argumentación mínimamente aceptable y exigible.
Lo ocurrido aquí, la indiferencia con la que han recibido el hecho de que se hayan proscrito tantas candidaturas -incluso responsabilizando a la propia izquierda abertzale de ello-, es cuando menos remarcable, no porque, como al comienzo del artículo he mencionado, suponga una novedad intelectual, sino porque entre muchos de esos opinadores hay gente que son vecinos, conocidos o compañeros de otras épocas. Existe una cercanía de la que es imposible abstraerse.
No es menos cierto que los dirigentes socialistas ya habían dado una demostración, durante los primeros años de poder en el Estado, de hasta dónde se podía llegar, pero incluso por eso mismo se hace más difícil de comprender que los comentaristas se plieguen de esa manera. Por lo visto, la capacidad de seducción del poder resulta tremenda, hasta el punto de que se pueden perder esos mínimos del raciocinio sin ningún pudor.
Sin más queridos, que no tengo tiempo que perder, ni escuchándoos ni respondiéndoos .
NOTA: Con el mismo argumento con que habéis despachado este asunto cerraron «Egin» y luego «Egunkaria», y en breve pueden hacer lo mismo con este mismo que tenéis entre las manos. Con la cobertura que les habéis dado, comprobaréis qué más cosas son capaces de hacer.