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Jon Maia Bertsolari

Eva y lo que somos

Ahora que te has ido, Eva, podemos sentir lo afortunados que hemos sido los que en este largo y escabroso camino hemos coincidido contigo. ¡Qué afortunados somos por poder caminar con personas como tú, que dignifican y honran el andar del que acompañan!

¡Qué afortunados somos, Eva, puesto que si no llegamos a ser lo que somos, no te hubiéramos siquiera conocido!

Podíamos haber sido, como muchos ciudadanos de a pie, sordos ante los gritos de la tortura, insensibles ante el dolor ajeno, ciegos ante las ilegalizaciones, mudos ante todo.

Sin embargo, somos manifestantes, somos apaleados, somos encarcelados y somos dispersados. Y, sin embargo, ¡qué suerte tenemos! Luchamos, luchamos hasta que, no sabiendo ya que hacer con nosotros, no nos dejan ni votar.

En verdad, somos afortunados. Parémonos a pensar por un momento: ¡podíamos haber sido uno de ellos! ¿Te imaginas que el azar y el destino nos hubiese llevado por ese camino? ¡Qué desgracia!

Podíamos haber sido gobernantes sin escrúpulos, empresarios escrupulosos, mercaderes de sueños y traficantes de votos.

Sin embargo, somos explotados, trabajadores eventuales, jóvenes con contratos basura, somos contrabandistas de ideas perseguidas y mugalaris de disidencias en un mundo lleno de alambradas y perros guardianes. ¡Hay que ver, qué suerte la nuestra, de menuda nos hemos salvado!

Podríamos haber sido turistas en hoteles de sólo cinco estrellas, y somos refugiados políticos que duermen bajo miles de estrellas rojas. Podíamos ser funcionarios de turismo y realizar grandes viajes con el erario público...

Sin embargo, somos brigadistas en Palestina, peones en Lacandona y amigos de revoluciones lejanas... Sólo pensar lo contrario me produce urticaria...

Podríamos haber sido consejerillos del tres al cuarto, rojos inaugurando casas de todo a cien a precio de todo a doscientos con aurresku incluido, comunistas de lunch y discoteca...

Pero no, Eva, el destino quiso que seamos ocupas desalojados, que seamos asamblea de barrio ninguneada, que fuesemos gaztetxes acosados... ¿Acaso no somos afortunados? ¿Te imaginas la pena que hubiese sido ser uno de ellos?

Podíamos haber sido claves en la Transición, padres de la Constitución, rojos desteñidos.

También, fíjate que horror, ¡hasta redactores del Estatuto de Autonomía, y defensores del estado del bienestar!

Pero no, el destino quiso que nos libráramos de todo ello y fuésemos deportados, apaleados por policías manporreros, asesinados por militares, torturados por agentes de inteligencia, gente que cobra por pegar y matar. Y, sin embargo, ¡qué afortunados somos, nosotros que no cobramos por que nos peguen ni porque nos maten! ¡Qué bien, Eva, lo otro sería infinitamente peor, sin duda!

¡Fíjate cómo seremos que, como comentábamos el otro día entre risas en tu casa, ahora que todo el mundo se está olvidando de la Internacional, nosotros la estamos aprendiendo en euskera! Somos un caso, como Pablo Picasso...

¡Fíjate que podríamos ser de esos que reivindican más la vuelta del «Guernica» que el restablecimiento de los derechos bombardeados por el franquismo! Sólo pensarlo me produce escalofríos...

Y es que podríamos ser abrazados y consolados por gobernantes, gestores de presupuestos elegidos por grandes lobbys para gobernar. Pero no, muchos recibimos un abrazo tuyo, de esa mujer torturada... ¡qué afortunados somos Eva!

Podríamos cantar lo que no somos, podríamos vender lo que no sentimos, podríamos escribir lo que no pensamos y vivir como dios... y, sin embargo, nos cierran periódicos, nos censuran canciones y nos niegan micrófonos. ¡Menos mal que caímos en este bando Eva! ¿Te imaginas ser uno de ellos?

¡Fíjate que hasta tú podías haber sido también un desastre y eras de Sastre!

¡Qué suerte hemos tenido, Eva! ¡Y qué suerte la nuestra, que te conocimos en el camino! Por que si fuésemos de los otros... ¡Podíamos no haberte conocido!

Podríamos pensar: ¡no tenemos más remedio que luchar! Pero pensamos: ¡menos mal que luchamos!

Podríamos pensar: ¡qué cruz nos ha caído encima!; sin embargo, pensamos: ¡qué pena los de la cruz!

Podríamos ser ogros y somos escritores.

Podríamos haber sido banqueros sin escrúpulos, o policía mamporrero, militar, torturador... Pero ¡fíjate si hemos tenido suerte que somos incomunicados y torturados! La verdad, ¡qué suerte hemos tenido!

Hay veces en las que la represión es tan brutal que uno puede plantearse hasta casarse con el represor, con la esperanza de que quizás, por interés, le perdone la vida. Se ve hasta en las mejores familias. ¡Hasta en la nuestra!

Con lo fácil que es dejarse llevar por cantos de sirena, ¿que hacía una mujer como tú corriendo entre ruidos de sirenas?

No te dio tiempo a recoger en tus libros todo el patrimonio de libertad y justicia que acumulaste, aprendiste y enseñaste en tu largo recorrer por el mundo de los invisibles y de sus sueños. Sin embargo, lo conocemos, porque te conocemos. Y ése es todo nuestro patrimonio de futuro, un arma de destrucción masiva contra la injusticia, la ignorancia y la resignación: tus libros.

En estos casos, Eva Forest, en estos casos en los que uno se siente afortunado por ser parte de una lucha junto a gente que lo honra, gente como tú, se suele dar gracias a la persona que se ha ido, por lo que ha sido y será.

En cambio, creo yo que por todo lo que nos has dado te tenemos que dar gracias por lo que somos y, no lo dudes, seremos. Y, sobre todo, gracias por esos dos ojos azules, Eva, esos dos mares de solidaridad, esos dos océanos de dignidad, en los que al mirarte descubrimos que el horizonte es una sonrisa llamada libertad.

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