Julio Ibarra Periodista
Tienda de campaña
Con su todo vale y sobre todo con que sean clavijo y clavija los que aguanten el palo de la bandera. Normalmente por dejación dejamos que sean otros los que monten la tienda. Es más cómodo, luego no ha lugar a queja porque haya que inclinar la cabeza y ponerse de rodillas para entrar.
Es que la campaña es una tienda en todas sus acepciones. Con sus escaparates, con su bueno, bonito y barato, con sus ofertas, con sus rebajas (rebajas de tono para atraer al cliente que a otro precio no compraría) y hasta con «género prohibido».
Las autoridades que sí fuman se fuman a los im-puros, los im-puros advierten del riesgo de no hacer ceniza de aquéllos que pretenden renacer de las suyas.
Así es que la tienda de campaña está que echa humo, aunque sea infumable. ¿Tienen votos de mi talla?... Sí, pruébese éste... Quitamos un poco de aquí, se la metemos un poco doblada por allí...
Hacer votos para que te voten pensando en aquello de que estamos a punto de recibir... votos.
A fin de cuentas, dependientes y dependientas, la cosa es que dependemos de un mercado aparentemente libre donde los derechos del consumidor son sólo de escaparate. Porque el proveedor manda lo que manda, y manda mucho, pero no siempre con garantía. Compramos a crédito y luego nos pasan la factura. Debiera ser al revés, porque somos los que damos crédito los que debemos pasar factura si acaban siendo comprados aquéllos a los que compramos. ¿El cliente siempre tiene la razón? Nos encienden, nos quemamos y podemos acabar tirados como una colilla. Es lo que tiene vender humo. Humo para hacer aros por los que pasar, pero también de humo hacen señales los pueblos que aspiran a que se les en-tienda y se les a-tienda.
Busque, compare y, sobre todo, apuren, que cerramos por reformas para cuatro años. Urna vez más, menuda papeleta.