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Jesus Valencia Educador social

Un día muy triste

 

Lunes negro, colofón y epílogo de una campaña electoral especialmente dolorosa. Sólo ellos saben lo mucho que han sufrido. La angustia de iniciar el acto (me refiero al electoral) con la zozobra de que pueda ser interrum- pido en cualquier momento, los carteles amenazantes, los alaridos lacerantes, las parodias insultantes... Los radicales, chusma insensible, se lo han pasado en grande; lo suyo es la bronca, el circo y el acoso sin reparar en lo mucho que estaban sufriendo los aludidos. Y no precisamente por las agresiones zafias a las que ya están acostumbrados. El mayor sufrimiento de los demócratas era interior: la lucha consigo mismos para tener que hacer lo que tanto les repugna.

La España que repudian los «batasunos» no es cualquier cosa; se rige por una Constitución que proclama la igualdad de todos los ciudadanos, y sus fuerzas políticas velan noche y día para que esto se cumpla. España es faro y vanguardia de la democracia mundial, ejemplo para cuantos acuden a copiar su modelo. Claro que hasta en las mejores familias... Batasuna es la hija descarriada. España ha recurrido a consejos y amonestaciones en su empeño por reeducarla. Trabajo inútil. Al final, no ha quedado más remedio que el castigo: alejarla por un tiempo del círculo familiar (tiempo de reflexión, lo llaman ahora) para que recapacite y enmiende. Al PSOE se le partía el alma cuando hubo de aplicar el correctivo («quizá nos hemos excedido»). La medida no ha estado exenta de crispación en la pareja; papá PP apreciaba blandenguería: «si hay que castigar, se castiga sin contemplaciones». En ese entorno de la España hogareña, ¿cómo no destacar la sensibilidad de Izquierda Unida? Izquierda y unida, dos conceptos que, juntos, resultan invencibles. Partidaria a un tiempo del castigo y del afecto, ha prevalecido su pasión solidaria por los oprimidos. Ha llenado calles y plazas (bueno, habida cuenta de su poquedad, hablemos de callejas y plazoletas) rechazando el apartheid. Gracias, compañeros y compañeras, por vuestra incondicional solidaridad.

¿Y qué decir de las almas buenas que abundan en nuestra tierra? El Gobierno Vasco, al que no le quedó más remedio que remitir cuatro tomos de chivateo, realizó pública denuncia de las ilegalizaciones. ¡Qué dolor el suyo! Me recordaron el monólogo del Tenorio en el cementerio: «Muertos a quien yo maté, si buena vida os quité, mejor sepultura os di». Depresivo está Josu Jon, que no ha podido medir su lanza contra el «batasuno» infiel. Los muchos candidatos éticos han dado una lección brillante de honestidad democrática. Querían y no debían. Cruel tensión cuando el querer y el deber son incompatibles. Hubieran realizado múltiples actividades electorales, pero su conciencia no se lo permitía; una campaña normalizada habría supuesto hacer el juego al fascismo y actuar con villana complicidad en el apartheid. ¡Y eso, nunca!

Según sus dicencias, los pobrecicos han sufrido mucho. Si nos atenemos a las evidencias, quizá su sufrimiento sea mayor. Una vez más, han intentado tirar por el retrete a la incómoda izquierda abertzale. Y lo único que han conseguido es atascar el desagüe de esa su democracia maloliente y letrinesca.

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