2007: más sombras que luces en la realidad indígena en el mundo
La denominación pueblos indígenas acoge 370 millones de personas en 70 estados. Pese a algunas mejoras, la situación global no alienta un excesivo optimismo y en algunas regiones casi invita al pesimismo. Hay partes donde el genocidio persiste pero todavía se pueden ganar batallas.
Jordi CARRERAS
El jefe de la Nación Cayuga, Deskaheh, viajó a Ginebra en 1923 para pedir a la Liga de las Naciones que escuchara la voz de los pueblos indígenas. Un año más tarde, el líder maorí, Ratana, hizo el mismo viaje con idéntico objetivo. En ningún caso se les permitió el uso de la palabra, pero la osadía y clarividencia de su gesto no cayó en saco roto. Inspiró a las futuras generaciones y ochenta años más tarde, las más de 5.000 comunidades indígenas tienen voz -y a veces, voto- en las Naciones Unidas.
Otros aspectos también han mejorado, al menos sobre el papel, pero en general la situación no es particularmente halagüeña. Muchos continúan subsistiendo, básicamente, gracias a políticas asistenciales y la explotación de los fabulosos recursos naturales que tienen sus territorios -la mayor reserva mundial- se ha convertido en su principal amenaza. Muchos, aún apenas se benefician del fabuloso negocio que algunos hacen en su territorio.
También es cierto que hay pueblos para los que las cosas han mejorado. Varía en función del respeto y la consideración legal que les otorguen los respectivos estados. Un caso es el de los indios Seminola, que gracias a los beneficios de los casinos que gestionan en su nación, adquirieron en diciembre pasado la cadena Hard Rock Café por más de 700 millones de euros, hecho que fue portada en todo el mundo.
«Sacar partido»
«El éxito de los casinos indígenas en EEUU es un ejemplo de lo que pueden hacer estas comunidades con imaginación para sacar partido a sus recursos, como la soberanía fiscal. Algunos han demostrado que saben tener una economía saneada, prestarse servicios a sí mismos e, incluso, enriquecerse para salir de la situación en que se encontraban». Lo afirma Bartolomé Clavero, catedrático de Historia del Derecho en la Universidad de Sevilla. Sin embargo, Clavero recuerda que algunas de las zonas con un mayor índice de alcoholismo, suicidios y mortalidad infantil son precisamente los territorios de los pobladores originarios de Norteamérica.
De todo esto se ha hablado en las sextas sesiones del Foro Permanente para las Cuestiones Indígenas, celebrado en las Naciones Unidas. Durante dos semanas, más de mil representantes indígenas expresaron sus opiniones y preocupaciones ante representantes gubernamentales, de la sociedad civil y altos funcionarios de la ONU.
Este foro se constituyó en 2002 y desde entonces se reúne anualmente para tratar todo lo que concierne al mundo indígena. Entre cita y cita, una comisión formada por 18 miembros -la mitad de ellos elegidos a propuesta de los pueblos indígenas y la otra mitad, a propuesta de los estados- trabaja sobre el terreno de forma independiente durante todo el año para elaborar sus informes, que luego se convierten en acuerdos y recomendaciones a Naciones Unidas y sus miembros.
Clavero ingresará en esta comisión a partir del próximo 1 de enero en representación de los Estados Occidentales. Este jurista sevillano lamenta el silencio que los mass media acostumbran a dispensar a la realidad indígena, «como si la colonización hubiera acabado y no hubiera pueblos sin reconocimiento internacional en el seno de la Humanidad». Y añade que «luego, hechos perfectamente previsibles como la victoria de Evo Morales, a muchos les parecen sorpresas enormes».
Mentalidad colonial
Experto en América Latina, Clavero también es crítico con el papel del Estado español en la zona. «Un país con una mentalidad colonial que nunca ha abandonado. Que la fiesta nacional, con su fanfarria fascista, conmemore el descubrimiento como un hecho positivo, cuando en realidad fue una invasión, con destrucción sistemática de pueblos y culturas, y con efectos genocidas, es una prueba de ello», afirma. Cita también, en el caso español, «la falta de una historiografía crítica con la colonización, a diferencia de casi todas las antiguas potencias, o la retórica predominante que, mayormente, se continua dando en la docencia, incluida la universitaria».
En los últimos años aprecia un cierto cambio en la actuación en América Latina, especialmente por parte de agencias de cooperación vascas, catalanas o españolas. «Pero lo que se está haciendo, a menudo no es más que poner un parche a los daños que continúan haciendo las multinacionales españolas que trabajan en la zona», subraya. Concluye que «si el expolio que Europa ha practicado durante años en África o América Latina hubiera sido, por ejemplo, de Asia a Europa, hoy sería tratado como un problema de derecho internacional». Sin embargo, «en Europa no es un gran problema y en España, no es pequeño ni grande, sencillamente no es problema, como si la Historia fuera otra».
Con igual contundencia se expresa Mikel Berraondo cuando habla de genocidio. «Sí, por descontado, en muchos pueblos continúa», asegura. Este abogado iruindarra expone que «los intereses económicos mandan y, a menudo, son incompatibles con que una gente viva encima de bolsas de petróleo y no quiera explotarlas o que se refugie debajo de cedros, al precio que tienen en el mercado internacional». Berraondo añade que, entonces, «muchas multinacionales optan por estrategias de paramilitares o matones para resolver el problema por la vía rápida».
Amenazas y responsabilidades
Estos hechos «generalmente no cuentan con la implicación directa de los estados pero sí con su aquiescencia; miran para otro lado cuando se comete una matanza». Colaborador del Grupo Internacional de Trabajo para los Asuntos Indígenas (www.igwia.org), Berraondo sostiene que «la situación es absolutamente dramática. La Amazonia está directamente amenazada pero otras partes, como el sureste asiático, también». Los intereses por la explotación de los recursos naturales son «lo que genera toda esta agresividad contra esta gente», por lo que reclama que se aplique la consideración de genocidio y crímenes contra la Humanidad que ayude a crear un fuerte movimiento mundial de conciencia y sirva para controlar el tema, para que «multinacionales y gobiernos no se sientan tan libres», dice.
América Latina, con reformas constitucionales en una docena de estados, está a la cabeza en el reconocimiento legal de los derechos de los indígenas. Sin embargo, los procesos para otorgarles los títulos de las tierras son lentos y complejos y, en algunos casos, no se respetan en la práctica. En algunos países, como Argentina, donde se estima que los indígenas podrían representar entre el 5 y el 10% de la población, se está produciendo un paulatino proceso de recuperación de la autoestima. Muchos, que después de décadas de negación, no se reconocían como tales, empiezan a hacerlo con orgullo, y el mes pasado organizaron el primer congreso de pueblos indígenas a nivel nacional.
También el mes pasado, indígenas de Borneo, en Malasia, preocupados por la invasión de sus tierras por parte de industrias madereras y del aceite de palma, prendieron fuego a un campamento de leñadores.
Siberia Central es una vasta reserva de petróleo, gas, carbón y metales pesados, lo que conlleva graves problemas para las poblaciones de Krasnoyarsk.
La lista de injusticias y peligros es larga y los descendientes de Deskaheh y Ratana tienen trabajo. Y todos nosotros, responsabilidades.
Se estima que en América todavía puede quedar un centenar de pueblos voluntariamente aislados: unos 70 en Brasil; 20, en Perú, y el resto, entre Bolivia, Colombia, Ecuador y Paraguay. En el sureste asiático se sabe de algunos otros. Un tesoro de la Humanidad muy seriamente amenazado; su franja de protección es cada día menor.
Hay quien sostiene que algunos aún no han visto nada del resto del mundo pero los expertos opinan que son pueblos que han percibido o visto presencias en su entorno y se han adentrado más en la selva. No les falta razón, ya que hasta ahora, el primer contacto siempre ha sido traumático, cuando no terrible. Una simple presencia de alguien que, por ejemplo, esté resfriado, sin que llegue a haber un contacto ni tan siquiera visual, puede causar una matanza. Por eso, IGWIA lucha para proteger a estos pueblos y establecer un protocolo de actuación cuando se detecte su presencia.
Uno de los pueblos voluntariamente aislado, pero ya contactado, es el taromenani. Quedan unos 150 miembros en el sur de Ecuador. En abril de 2003, los huaroni mataron una treintena.
No fue una pelea entre tribus sino un encargo de una empresa maderera. La acusación se basa en las declaraciones que los autores hicieron en un primer momento ante la prensa local -luego cambiaron el discurso- además de fotos, profusamente difundidas, con la cabeza de un hombre. El resto eran mujeres y niños.
La Fiscalía dijo no tener pruebas para actuar. La matanza no sirvió para parar las agresiones a los taromenani -se habla de otra matanza a finales de 2003 y hace 13 meses 2 chicas aparecieron muertas de heridas de bala-, pero sí para forzar a los gobiernos de la zona a tomar un compromiso que cristalizó en la llamada «declaración de Santa Cruz» de noviembre pasado.
«Si el expolio que Europa ha practicado durante años en África o América Latina hubiera sido, por ejemplo, de Asia a Europea, hoy sería tratado como un problema de derecho internacional».
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aislados se estima que pueden quedar todavía en América. Unos 70, en Brasil; 20, en Perú, y el resto, distribuidos entre Bolivia, Colombia, Ecuador y Paraguay.