El nadaísmo cumple 50 años con su irreverencia original
Un grupo de jóvenes poetas, artistas y escritores crearon en la década de los cincuenta en Colombia el nadaísmo, un movimiento literario que preconizaba la ruptura de la tradición literaria, política y social. Medio siglo después, aún sobrevive algo de aquel espíritu.
Roberto ROJAS | BOGOTÁ
El nadaísmo, un movimiento literario contestatario colombiano, atrae aún por su irreverencia y conserva «la misma magia de arrebato juvenil, y humor negro» después de 50 años de su nacimiento.
Así lo considera el poeta J. Mario Arbeláez (Jotamario), quien recuerda cómo el grupo, liderado por el fallecido Gonzalo Arango, intentó romper la tradición literaria, política y social a finales de la década de los cincuenta. Era, rememora Jotamario, «un movimiento que pretendía negarlo todo. En principio, la tradición artística y literaria colombiana, pero también derivó hacia la filosofía, la religión, hacia todas las formas del comportamiento».
Arbeláez añadió que esa corriente, que en su momento llevó a la excomunión y a la cárcel a muchos de sus miembros y líderes, «se caracterizó por negar las cuestiones trascendentales, como la religión, Dios, la patria y el trabajo». Fue, resumió, «un movimiento que quiso propiciar un comportamiento sensual o sexual que daba permiso, digamos, o amparaba todo tipo de desviaciones».
El poeta confesó que en conferencias, reportajes y recitales «hacíamos denuncias contra la falta de justicia, contra las indelicadezas de tipo administrativo, contra la brutalidad militar, entonces eso hizo que el público nos buscara masivamente». Socarronamente agrega que, era «muy simpático que, pese a que las denuncias iban dirigidas hacia la burguesía, eran los burgueses los primeros que nos invitaban a sus casas a beber y a bailar y a conocer a las hijas y a las esposas, y a que nos vomitáramos en las alfombras».
El manifiesto
En 1957 Gonzalo Arango, que contaba entonces con 26 años, redactó un «manifiesto nadaísta» que finalmente publicó en 1958. El documento en su primera frase define al nadaísmo como «un estado del espíritu revolucionario» que «excede toda clase de previsiones y posibilidades».
Pero el surgimiento del movimiento de esos jóvenes poetas, artistas y escritores, con influencias directas de los «beat» estadounidenses, en conjunción con la revolución cubana, estuvo salpicado de escándalos de primeras páginas en la época. «Gonzalo Arango (que murió en un accidente de carretera en 1976), empezaba a repartir sus manifiestos en círculos de escritores católicos y eso le representó sufrir carcelazos en La Ladera, que era una de las prisiones más tenebrosas», recuerda también Jotamario.
Lo curioso es que, medio siglo después, dijo Arbeláez, «el actual alcalde de Medellín, Sergio Fajardo, convirtió esa cárcel en un parque-biblioteca, y para hacer una especie de desagravio a los nadaístas que estuvieron presos allí, nos invitó a dieciocho de todo el país a hacer una semana cultural como inauguración».
Tras el nadaísmo, dice Jotamario a sus casi 67 años, «perdura una gran amistad» y se admira de que, durante 50 años «permanezca un grupo a través de la poesía, de la literatura, y que no se haya desintegrado, (el que se desintegró fue Gonzalo), en realidad es muy meritorio».
Insiste en que «el rastro que sí nos dejó, aparte de que cada uno tiene un estilo muy diferente, de acuerdo con sus lecturas y las preferencias y referencias o influencias, es una constante, herencia de Gonzalo: el humor negro y la irreverencia». Eso, utilizado en diferentes dosis o estilos, dice también el poeta, «es más o menos el elemento de unión de la escritura de todos los nadaístas».
Según Jotamario, Gabriel García Márquez tuvo con el nadaísmo «un espacio abonado para salir después con una obra tan maravillosa como `Cien años de soledad'». «Mucha gente dice que precisamente fue esa novela la que nos vino a poner el `tate quieto' a nuestras ínfulas de genialidad y de cambio en algún momento», y concluye que por García Márquez «hemos tenido siempre un inmenso respeto».
Algunos de los artistas y escritores adscritos al nadaísmo fueron excomulgados e incluso encarcelados. Una de las prisiones «más tenebrosas», La Ladera, fue convertida años después en un parque-biblioteca.