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Abdul Haqq Salaberria Delegado en Euskadi de la Fundación European Muslim Union

Ser musulmán y vasco después del 11-M

Partiendo de los prejuicios que ciertos medios de comunicación y posiciones políticas fomentan contra los musulmanes, Abdul Haqq Salaberria realiza un ejercicio de clarificación respecto al papel que desempeña esa comunidad y sus aportaciones en las sociedades donde se asienta. Para concluir, analiza los motivos de ese intento de desprestigio y criminalización que tiene un carácter global

La campaña electoral de las elecciones municipales en Sevilla estuvo en parte centrada en torno a un asunto peculiar: la construcción de una mezquita. Si a alguien le interesa indagar en el debate, y la extensa literatura que éste ha producido a lo largo del tiempo, puede hacerlo especialmente en Internet. La Comunidad Islámica en España, promotora de la mezquita de Los Bermejales, anunció que denunciaría por «injurias» y «calumnias» al candidato del Partido Andalucista a la alcaldía sevillana, Agustín Villar, por relacionar a esta entidad con la organización terrorista Al Qaeda a través de los fondos destinados para su construcción. Villar, tras conocer que será denunciado, mantuvo lo que había sostenido en uno de sus mítines e insistió: «Yo no quiero ni puedo permitir que haya en mi ciudad dinero del islamismo radical».

Afortunadamente para los musulmanes sevillanos, en particular, y para la espléndida ciudad de Sevilla, en general, el Partido Andalucista se ha quedado sin representación tras unos desastrosos resultados electorales. El uso demagógico que ha hecho de este tema, tan sensible para la ciudadanía, le ha pasado factura.

Este no es un caso aislado. Desde ciertos medios de comunicación y desde atrincheradas posiciones políticas se pretenden azuzar ciertos miedos y prejuicios ancestrales contra los «moros» que sin duda encubren los mediocres argumentos políticos en asuntos de mayor calado social como el de la vivienda, la emigración, la estabilidad laboral, o el modelo de estado, por poner unos ejemplos. Esta táctica es tan simple y antigua que dice muy poco a favor de los políticos y demagogos de la comunicación que la siguen usando, una y otra vez, en sus programas, en sus mítines y en sus artículos. El macrojuicio del 11-M y las constantes detenciones de supuestos islamistas violentos son un escenario que muestra esta tendencia día a día. La mayor parte de imputados y detenidos lo han sido sólo por coincidir con un perfil determinado y por su aislamiento social. Hay personas que han sido detenidas por una «sospecha», una falsa denuncia, o porque su huella dactilar estaba en un Corán que ha pasado por una docena de manos. Sin embargo, aunque su inocencia quede probada y sean puestos en libertad, nadie podrá restablecer las vidas de esas personas, su credibilidad social, sus negocios...

Pero detrás de esa pomposidad mediática hay una realidad diaria que afecta a ciudadanos de primera y de segunda en este hipotético estado de derecho. Un estado de derecho que, afectado por la violencia de grupos extremistas, se legitima a sí mismo para transformarse en un estado de excepción permanente, donde derechos individuales y colectivos son pisoteados a diario. Nada nuevo, salvo por un matiz importante: el componente religioso.

La pregunta: «¿es usted musulmán o musulmana?», impertinente a todo efecto jurídico o político, inconstitucionalmente impertinente, se transforma en habitual en los sumarios y juicios por causas relacionadas con el llamado «terrorismo islamista». Es como si a un detenido le preguntaran: «¿es usted nacionalista?». «¿Es usted ateo?». «¿Es usted homosexual?». «¿Es usted judío?»...

Cuando se nos pregunta cuántos musulmanes hay en Europa, o en tal país, o en tal ciudad, nosotros siempre respondemos que es imposible de determinar con exactitud. ¿A qué nos referimos? ¿A la asistencia a una mezquita? ¿A la pertenencia a una asociación? ¿A un origen nacional o étnico? Las cifras oficiales siempre hacen referencia a los orígenes nacionales sin tener en cuenta, por ejemplo, la población local que abraza el Islam o los hijos de musulmanes locales o de origen diverso que han nacido en Europa y quieren seguir rigiendo sus vidas según el Islam, sin por ello dejar de ser cultural y legalmente europeos.

Sin embargo, si bien no hay un criterio objetivo para censar a un grupo social determinado por motivo de sus creencias, sí parece que lo hay para imputarle la responsabilidad colectiva de los actos aislados de unos individuos aislados, que no tienen ninguna inspiración en la Revelación o en la práctica ejemplar de nuestro Profeta, la paz y las bendiciones de Allah sean con él. Y por mucho que extremistas violentos y demagogos de esta sociedad nos intenten hacer creer lo contrario, el Islam y los musulmanes nos desasociamos de toda esa porquería con la que quieren confundirnos. Sin embargo, estamos pagando un alto precio político y social al quedar estigmatizados, en el mejor de los casos, como sospechosos.

Lo cierto es que, no sin dificultades de todo tipo, los musulmanes europeos llevan varias décadas intentando aportar a sus sociedades, en las que están integrados de hecho, otros puntos de vista acerca de la existencia, de la relación entre el ser humano y su Creador, y las propias relaciones sociales en el seno de una comunidad de creyentes. Todo ello sin renunciar a sus culturas nacionales, bien sean europeas, africanas o asiáticas. Los musulmanes europeos están construyendo Europa, se quiera o no se quiera ver, no sólo con la apertura de centros islámicos, mezquitas, comercios y cementerios, sino con innumerables aportaciones al pensamiento político contemporáneo, a la filosofía, al arte, la literatura, la música o el cine, además de su incalculable esfuerzo como fuerza de trabajo y su contribución a la sostenibilidad demográfica del viejo continente.

El Islam no es una civilización, sino un filtro de civilizaciones, un filtro que discrimina entre lo que nos acerca y lo que nos aleja del la Verdad. No es una ideología, sino una disciplina que implica todos y cada uno de los actos de un individuo y de una sociedad. Por eso creemos que el Islam, lejos de ser «el problema», es «la solución al problema». Lejos de ser una antítesis, forma parte de la tesis. Los musulmanes en el corazón de Europa somos ya un número suficiente para formar una nación como Holanda. Si ese temor hacia lo desconocido hace que resulte intolerable para algunos concebir una Europa mestiza y rica; si esta debilidad de los estados europeos para integrar a una ciudadanía heterogénea nos lleva a situaciones de continuo control policial y marginación social, Europa habrá muerto antes de nacer.

Sólo hay una civilización y, nos guste o no, ha extendido su modelo existencial a nivel planetario. Es una civilización sin respuestas, agotada y agotadora. El futuro de la humanidad está en manos de la disidencia económica, política y espiritual a ese modelo irracional e insostenible. El Islam aglutina las tres. Es por este, y no por otro motivo, por el que la Civilización Global le ha declarado esta guerra. Pero los musulmanes tenemos unos aliados inesperados: nuestros conciudadanos; aquellos que viven y comparten su espacio diario con nosotros; aquellos que nos conocen cara a cara y no a través de la versión que de nosotros se da en los medios de comunicación de masas. Estos ciudadanos, compartan o no nuestros puntos de vista, saben que estamos a su lado para solucionar problemas comunes que nos preocupan a todos, que nos afectan a todos, y para los que el Islam tiene muchas respuestas insospechadamente atractivas.

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