Daniel C. Bilbao Periodista y escritor
¿Y qué esperaban?
¿Volverá a correr sangre porque esta podrida democracia es incapaz de asumir el respeto a los derechos colectivos e individuales de un pueblo, el más antiguo de Europa?
Se esforzaron con ahínco en sabotear las esperanzas del pueblo vasco por alcanzar una solución al conflicto político. No dieron ni un solo paso en el sentido de la solución. Respondieron con negativas y evasivas, sólo exigieron, sin conceder. La respuesta a la oferta del Anaitasuna fue la represión, la tortura, nuevas persecuciones judiciales y una cerrada negativa a derechos colectivos e individuales. ¿Cómo pueden tener cara hoy para rasgarse las vestiduras o decir que hicieron todo lo posible? Quien se atreva a repasar las declaraciones y discursos de funcionarios de gobierno y dirigentes políticos españoles y cipayos podrá comprobar qué es lo que hicieron por la solución y la paz. Desde el «ya nos inventaremos algo», que condujo a la nefasta e ilegal «doctrina Parot», hasta el reciente «quizá se nos fue la mano, pero ha colado» de Conde-Pumpido, pasando por un gigantesco arsenal de despropósitos dignos de la monarquía bananera que se han montado.
Han tirado a la basura no sólo el período de alto el fuego, sino los últimos cuatro años sin grandes atentados, en el que el episodio aislado de Barajas fue una advertencia de que la oferta de paz iba en serio. Y la despreciaron. Pero este momento histórico no es una casualidad, no es fruto de una decisión intempestiva de una organización como respuesta a un hecho coyuntural. El grave escenario que enfrenta el Estado español hoy es el resultado de la pervivencia de la dictadura fascista, reciclada como «democracia» merced a la vergonzosa entrega que hicieron los partidos. Ellos vistieron, adornaron la dictadura para disfrazarla de «democracia» con los espurios pactos de la Moncloa. Mintieron diciendo que se trataba de una «transición democrática», lo que era la continuación de la dictadura por otros medios. Y el hastío quedó certificado en las recientes elecciones.
El PSOE es el hereje central en el drama de la apostasía democrática. Tras la guerra civil y cuarenta años de dictadura fascista, el PSOE debió haber acaudillado a las fuerzas democráticas para aplastar a la dictadura, y eligió doblar la cerviz ante los criminales y se convirtió en la izquierda del franquismo. Se repartieron el poder y la alternancia. La corrupción les devoró funcionarios y gestiones, pero no tocó al partido engangrenado, que sólo necesitó esperar uno o dos períodos para regresar al poder y los negocios como si nada hubiera ocurrido, a favor de la derechización de la sociedad española.
El valedor de las traiciones y renuncias democráticas en la Comunidad Autónoma Vasca fue el PNV (Partido del Negocio Vasco). Asumido como gerente de los negocios en su feudo, cumplió la legalidad española «como es debido», según dijo textualmente Juan José Ibarretxe, el presidente colaboracionista. El descalabro interno, las huellas de la corrupción, el agotamiento del cuento del pastor mentiroso, van poniendo fin a su hegemonía, pero su traición al pueblo vasco permite al enemigo olfatear ese fin y querer lanzarse sobre la presa, y avanzar. Ha trabajado para ellos.
¿Volverá a correr sangre porque esta podrida democracia es incapaz de asumir el respeto a los derechos colectivos e individuales de un pueblo, el más antiguo de Europa? ¿Hasta dónde están dispuestos a llegar los traficantes de la política? ¿Hasta ver Madrid como Bagdad? ¿Qué está dispuesto a hacer y obligar a soportar al pueblo español el PSOE, en defensa del principio franquista de «España una»? El pueblo vasco existe y como tal tiene derecho de autodeterminación. Negar ese derecho es una de las violencias más extremas, es mantener sometido a todo un pueblo, privándolo de desarrollar su identidad. Ese pueblo tiene el sagrado derecho a la resistencia, por los medios que considere oportunos y necesarios. Las apelaciones éticas de los opresores y de los cipayos no son más que un ejemplo de cinismo, traición, cobardía y sumisión.