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Jon Odriozola Periodista

Una de periodismo

Después de oír a un colega y a un lerdo publicitario perdonavidas llamar impunemente «criminal» a Iñaki de Juana Chaos en la televisión autonómica, y no admitir que hay que tenerlos bien puestos para emprender una huelga de hambre a muerte contra una manifiesta injusticia jurídico-penal, hice lo habitual en mí: sumergirme en el alcohol que es lo que me inspira aunque no tanto como a Malcom Löwry o el hijoputa de Henry Miller. Estando febrilmente ebrio, me despejo, qué cosa. Es tal el asco que siento por esta profesión tan prostituida que, salvo excepciones sublimes (Kant hablaba del asco y lo sublime), jamás blasono de «periodista». Lo más cómico es que cuando les llamo corruptos y vendidos al capital, desenfundan la pistola de la libertad de expresión para dispararme con ella. Como hacían los nazis cuando oían la palabra cultura. O como los «pacifistas» que disparan a «pacificar».

Ahora que he echado la pota -que no la bilis- me siento mejor. Navego, sin astrolabio, por internet y leo: el periodista tiene responsabilidad política e ideológica derivada de la naturaleza de su profesión, que influye en la conciencia de las masas, y que esa responsabilidad es insoslayable y constituye la esencia de su función social. Estoy consciente -dice el firmante (yo estoy semiinconsciente jungiano)- de que la aplicación de una normativa deontológico en los marcos del sistema informativo vigente regido por la renencia privada de los medios, convierte la noticia en una mercancía. Considero -continúa este bolchevique anacrónico- la conciencia moral como una de las formas de la conciencia social, producto histórico concreto, determinado por la estructura económica, por lo que es mutable y en cada caso prevalecen las normas de los sectores dominantes. Los empresarios de la noticia usurpan nuestro nombre autodenominándose «periodistas», hip (el hip es mío, de mi copyright), y aplican una seudoética regida por los preceptos del provecho comercial.

Resolución 59 de la Asamblea General de la ONU adoptada -ya ha llovido- en 1946: «la libertad de información requiere como elementos indispensables la voluntad y capacidad de usar y no abusar de sus privilegios (porque, en efecto, somos unos privilegiados. Nota mía). Requiere, como disciplina básica, la obliga- ción moral de investigar los hechos y difundir las informaciones sin intención maliciosa» (candoroso, ¿no es cierto?). Estas palabras son puro liberalismo burgués premonopolista. Algo impensable hoy. Les recuerdas lo que fueron, reivindicas sus propios postulados y principios, y te llaman «fundamentalista». O terrorista. Es como la fascista y antidemocrática Ley de Partidos, donde lo que importa no es que pases bajo su horca caudina, sino que condenes teológicamente la violencia de los oprimidos. O que es el Sol el que gira alrededor de la Tierra.

Sigo, errccc, perdón, leyendo: el periodista adoptará los principios de la veracidad y faltará a la ética cuando silencie, falsee o tergiverse los hechos, proporcionará al público información sobre el contexto de los hechos y... (aquí suena el teléfono; era San Francisco de Sales: bai, esan?).

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