«En el Dhaulagiri nos salimos, pero bajamos reventados»
Alpinista
Andoni ARABAOLAZA | IRUÑEA
Iñaki Otxoa de Olza no recuerda una ascensión tan dura como ésta al Dhaulagiri. Al descender, el frío y el viento eran extremos y tanto él como su compañero de expedición, el asturiano Jorge Egocheaga, tuvieron que pelear «para no morir». En su estilo habitual, también ésta fue una escalada exprés. En el Annapurna, no lo consiguió, pero el alpinista navarro sí ha logrado su principal objetivo: conocerlo y aprender.
En tu segunda visita al Dhaulagiri te haces con la cima, de una forma muy rápida además. Dieciocho días después de salir de Iruñea, y en 24 horas de escalada, firmas tu duodécimo ochomil. No esta mal, ¿no?
Tanto Jorge como yo nos pasamos de motivación. Nos decíamos que subimos como perros rabiosos, con muchas ganas y mucho nervio. La verdad es que las condiciones de la montaña en abril fueron muy propicias para hacerlo rápido. Nos vimos muy bien, y pasamos de esperar a la montaña. Fue un lujo pasar de mirar los partes del tiempo. Nos salimos, pero, eso sí, bajamos reventados.
Has afirmado que esta expedición ha sido la más dura en cuanto a condiciones climatológicas...
Así es. El descenso del K2 también fue duro, y es que, entre otras cosas, tres alpinistas que estaban junto a mí murieron. Pero no hacía tanto frío y viento como en el Dhaulagiri. Sólo con verme la cara al llegar al campo base lo dice todo. Durante el descenso tuve que tirar de toda la experiencia del mundo. No te podías parar ni un momento. Lo que nos pilló en la cima fue verdaderamente duro y peligroso: una tormenta de las que casi no sales. Yo no entendía cómo se murieron los de la tragedia del Everest del 96. Ahora sí lo he comprendido. Si te paras, te mueres y, por lo tanto, tuve que pelear a tope con mi cabeza. Peleábamos por no morir. Además, el espolón lo teníamos sin equipar, y tuvimos que destrepar con dos piolets.
Como en los últimos años, con tu habitual consigna de escalada exprés. Me imagino que no era competición contra el crono, de rebajar el tiempo de Anatoly Bukreev, que lo tenía en 17 horas y 15 minutos. Dennis Urubko también lo intentó, pero se paró a ayudar a un compañero.
No fue una crono, no íbamos en busca de mejorar el tiempo de Anatoly. Entre otras cosas, porque para ello en vez de salir al mediodía, como hicimos Jorge y yo, tendríamos que haber elegido la medianoche, como Anatoly. A Jorge y a mí nos conviene la ascensión exprés; además, al bajar nos dijimos que no teníamos que haber hecho tantas paradas, y de hacerlo deberían haber sido más cortas. Yo ya llevo 7-8 años subiendo ochomiles de esta forma.
A diferencia de tu última al Shisha Pangma, en el Dhaulagiri fijaste algo de cuerda, ¿no?
Fijamos unos 400 metros para aclimatar a 7.000 metros, y eso es muy poco para esta montaña. En el base estábamos unos 30 alpinistas, y había pocas ganar de trabajar para equipar los 1.500 metros entre el C2 y C3. Eso sí, el día de cumbre fui sin jumar.
Después de hacer cumbre, y a pesar de lo tocado que bajaste y de la muerte de tus colegas Ricardo Valencia y Santiago Sagaste en el propio Dhaulagiri, seguiste el guión y fuiste al Annapurna.
Me arrepentí de haber ido al Annapurna, ya que estaba muy tocado física y mentalmente. Además, en la bajada del Dhaula me caí en una grieta, tuve un tirón en la espalda que me duró diez días... Pero al Annapurna fui a conocerlo, a a prender. Es un mundo, un misterio, y si necesito de dos o tres intentos para hacer cumbre, pues no pasa nada.
El punto clave de no hacer cima no fue la dificultad del serac, sino el disgusto por la muerte de mis dos colegas. Si hubiera visto un mínimo de seguridad tiro para arriba. Vi que no compensaba el riesgo y me bajé. Los tres que subieron tenían la presión de no haber hecho cumbre en tres expediciones anteriores. Yo, en cambio, llegué al Annapurna tras haber subido tres ochomiles, y no tenía ninguna presión. No me lo quiero quitar de encima; quiero hacer algo que tenga valor. Mi idea era la noroeste, pero mi compañero Horia no es técnicamente tan bueno. También me ha gustado la idea de la arista este de los franceses. Pero en ambas te la juegas un poco.
Por lo tanto, las dificultades de superar el serac que estaba por encima del C3 no fueron la razón de no tirar para arriba.
No. Eso sí, aquello era muy peligroso y no encontré justificación para ir a cumbre. Lo intenté dos veces, pero me di la vuelta. El serac era vertical y tenía un final extraplomado, pero no era para pasar 9 horas para escalar esos 50 metros. Creo que tomé la decisión acertada. Cuando bajé a Katmandú, recibí un e-mail de Ed Viesturs y me decía que comprendía mi decisión, que él también se bajó tres veces del mismo sitio y que hay que saber esperar el momento. Otro colega también me dijo que continuaba con vida porque tomaba decisiones correctas. Los tres que hicieron cumbre afirmaron haber pasado mucho miedo. Eso sí, el Annapurna me ha gustado mucho, y lo pasé muy bien.