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Raimundo Fitero

Retazos

Las televisiones parecen en ocasiones brazos electrónicos de los servicios de orden o miembros subsidiados del Ministerio de Ex- teriores. Hablamos en general pero en particular las cadenas institucionales al servicio de los partidos y de sus líderes así ejercen en cuanto tiene ocasión. Estos días hemos visto antes por internet que por televisión dos asuntos curiosos, retazos de esa presión que los medios de comunicación sufren desde las alturas del poder y que convierten en censura, negación, exclusión, ocultación o cosas más inconfesables.

La primera de ellas tiene por protagonista a Sarkozy, que compareció ante los periodistas después de despachar con Putin, y su semblante, su voz, su actitud denunciaba ingesta de productos que alteraban la conciencia, el habla y la concentración, como señalaban algunos comentaristas benévolos. Su entorno salió raudo a decir que el presidente de la República francesa es abstemio, por lo tanto se descarta un brindis cosaco con vodka, pues, ¿qué nos queda? ¿Un porrito por el gas, una raya por los misiles? Esta es la anécdota que se ha difundido por todo el mundo, y en Youtube principalmente, pero el asunto adquiere tintes bochornosos al saber que ninguna televisión francesa, ni institucional, ni privada, es un decir, han dando información de esa secuencia y ha tenido que ser en un programa de humor belga donde la hayan puesto con doblaje de voz, para mayor recochineo, donde se enteraran los propios franceses de las andanzas de su nuevo presidente.

El otro retazo de control es lo sucedido en Albania con Bush. El tipo, con un impulso químico evidente, se lanzó a dejarse querer por unos albaneses que deben tener por costumbre saludar a pitos, por lo que se escuchaba, pero fue dando abrazos, tocando manos, hasta que le levantaron el peluco. Se ha visto en internet y en todos los informativos se ve cómo está el reloj y cómo no está. Un robo. Pero no, el servicio de orden, esa pléyade de gorilas que rodea al presidente y amedrenta a todos, dicen que se le había caído, y que después lo encontraron. No se lo creen ni ellos, pero lo difunden, porque el capataz del imperio no puede parecer tan tonto.

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