La tercera entrega de "Shrek" certifica el alto nivel técnico que siguen exhibiendo todas y cada una de las compañías que han encontrado su filón particular en el mundo de la animación tridimensional. Sorprende la pericia que los animadores han demostrado a la hora de dotar los movimientos y gestos de los personajes, la textura de las telas y los paisajes en los cuales se han escenificado las nuevas aventuras que protagoniza el irreverente ogro verde que nació en el imaginario del escritor William Steig. Lamentablemente, y parece que esta es una máxima que se cumple en todos y cada uno de los géneros que cohabitan en el medio cinematográfico, la pericia técnica es inversamente proporcional al talento dde los guionistas.

Decía que «Shrek tercero» certifica el alto nivel técnico que está alcanzando el cine de animación, pero también evidencia cierta apatía relacionada con el paulatino descenso en el nivel creativo que esgrimen unos guiones que están por debajo de las expectativas que levantan. Sin llegar a rozar el desastre, la nueva superproduccion de la «DreamWorks» consigue captar la atención del respetable gracias a su virtuosismo técnico, algunas escenas tan logradas como la representación en clave de musical y cartón piedra que perpetra el Príncipe Encantador, la variación -en clave de prototípico instituto USA- que padece el futuro Camelot del rey Arturo y el oportuno contrapunto que aportan secundarios tan divertidos como Pinocho. Es una lástima que en su intento por enriquecer el universo de los cuentos que rodea al ogro Shrek, éste pierda protagonismo en beneficio de otros personajes que poco o nada aportan. Tal es el caso del joven marginal Arturo y la poco explotada presencia de un Merlín muy bien animado pero carente de esa garra enloquecida que se le intuye en todo momento. Lo mismo ocurre con el publicitado embarazo de Fiona, el cual sirve como detonante dramático en el último tramo de esta película que, a pesar del guión, entretiene y sorprende.