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Helen Groome Geógrafa

Hacer que no exista la tortura

Hay muchas personas que no creen o que no quieren creer que la tortura existe. Es algo con lo que cuentan los poderes y las personas denunciados por practicarla.

Saben que la tortura es un tema ante el que pesa la historia de cada persona. Podemos vernos cara a cara con personas que denuncian la tortura y nuestro pasado cierra nuestras mentes. Sin restar ni un ápice de credibilidad a esas personas que lo denuncian, el nunca haber sufrido la tortura en carne propia, las enseñanzas que hemos recibido y nuestros entornos político-familiares propios dificultan aceptar que existe dicha práctica. Es como creer a la persona que lo denuncia con una parte del cerebro y negar la existencia de la tortura con otra. Por lo que me enseñaron, la tortura solamente ocurría en la Edad Media o en la URSS, o sea que no existía excepto en tiempos y lugares remotos. La primera vez que encontré a alguien que denunció un trato indebido en una comisaría pensé que me volvía esquizofrénica. Le creía, pero no podía creerlo.

A muchas personas también les pesa el que es muy difícil de aceptar que alguien infligiera deliberada y metódicamente dolor y sufrimiento a otra persona, psíquica o físicamente. En nuestras vidas cómodas y seguras es difícil que determinadas personas lleguen a creer que otras personas, policías o poderes sean capaces de practicar la tortura. ¿Cómo es que alguien puede hacer eso? Vemos la cara de resignación de la persona que denuncia las torturas ante esta reacción, pero seguimos reaccionando así.

Y de la comodidad viene otro obstáculo para aceptar que existe la tortura y luchar por su erradicación total. Estando las personas cómodas ¿por qué moles- tarse o arriesgarse en denunciar la tortura? Y más si aceptar que existe la tortura nos lleva inevitablemente a cuestionar unas cuantas cosas más del sistema democrático en que nos toca sobrevivir. Más fácil es persuadirnos a nosotras mismas de que no existe la tortura, volver la cara, hacer como si no oímos.

Qué torpeza y qué tropiezo entonces la negación o demora de determinadas instituciones en instalar de inmediato los dispositivos que permitirían a la ciudadanía conocer con certeza o confirmar que, efectivamente, no existe la tortura. Sin ser una panacea, simplemente introducir unas cámaras en determinados locales policiales nos ayudaría a confirmar el hecho. Y, sin embargo, no corren a ofrecernos esta prueba definitiva.

Entonces ¿es que todo es al revés y monumental ha sido nuestro (auto) engaño? ¿Es que las instituciones no pueden demostrar que no existe la tortura, porque efectivamente existe? ¿Es que la instalación de algo tan sencillo como una cámara que muestre el trato otorgado a una persona desde el primer hasta el último minuto de su detención privaría a personas y poderes de una herramienta tan antidemocrática como poderosa en su empeño en procurar controlar cualquier comportamiento que ellos mismos denominan indeseable?

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