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Demasiado respetable y respetuoso

Josu MONTERO

Periodista y escritor

El público de ahora es el peor que hemos tenido». Leí esta rotunda afirmación en la prensa hace ya unos años, y eso de meterse así, tan a saco, con el público, esa intocable institución que siempre parece tener razón, esa falta de respeto con el respetable, provocó que automáticamente el sujeto que así se expresaba me cayera simpático. Más aún al observar el rostro hosco y desabrido de ese anciano que respondía al nombre de José María Rodríguez Méndez. Probablemente no les suena. Y es que la generación de dramaturgos a la que pertenece, la del realismo crítico, la de Sastre, Buero, Lauro Olmo o Carlos Muñíz fue primero presa de la censura y más tarde, con la llamada transición democrática, arrumbada casi directamente al desguace. Las obras más célebres de JMRM son probablemente «Bodas que fueron famosas del Pingajo y la Fandango», con la que se estrenó en 1978 el Centro Dramático Nacional, y «Flor de Otoño», más conocida, cómo no, por su versión cinematográfica. JMRM no dejaba pasar oportunidad de arremeter contra casi todo, sobre todo contra el teatro actual, y se revolvía cuando se le tachaba de pesimista: «Nada de pesimista, ¡realista!». ¡Tiene que ser jodido ver cómo, tras toda una vida dedicada al teatro, no hay manera de estrenar tus obras mientras que los que consideras colmo de la mediocridad estrenan y estrenan! «Y es que el público ya no cuenta -decía-, se le ha suprimido del teatro: el sistema de subvenciones públicas lo ha barrido de un plumazo; carece del más mínimo espíritu crítico, todo son aplausos y parabienes, no protesta ni patea, todo lo admite y todo se lo traga». Este Júpiter tonante que era JMRM murió hace unas semanas, a los 87 años. Seguro que ahora sí le estrenan. Pero se trataba de hablar del público, ese público autista que denunciaba el dramaturgo, un público pasivo creado por la dinámica de la política teatral, un público desarmado e inerme que cuando sale del teatro es un ciudadano de similares características. El sábado pasado vi «Plataforma», la función que Calixto Bieito ha creado a partir de la homónima novela de Michel Houllebecq; la obra se vende como la creación de dos enfants terribles. Un escalofriante viaje al corazón de las tinieblas del ser humano y, sobre todo, de nuestra terminal civilización occidental; y para ello no se remonta el río Congo hacia la barbarie colonialista, sino que nos vamos de vacaciones sexuales a Tailandia. Una función terrible y desoladora con el cebo de Juan Echanove en el incomparable marco del Victoria Eugenia al término de la cual el respetable aplaudió educadamente y salió en orden a disfrutar de la dulce noche donostiarra, apaciblemente.

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