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ANÁLISIS | LA NUEVA ERA BRITÁNICA-IRLANDESA

El proceso de paz y una nueva relación, legado de Blair en Irlanda

La relación personal entre el ex primer ministro británico Tony Blair y su homólogo irlandés, Bertie Ahern, ha favorecido una nueva era de buenas relaciones entre las dos islas, que el nuevo premier, Gordon Brown, confía mantener. La duda es si el destino de Irlanda y, especialmente, del norte del país ocupan un lugar importante en su agenda política.

Soledad GALIANA Periodista

El avance en el proceso irlandés y el cambio en la percepción histórica de las relaciones entre las dos islas es el principal legado político dejado por el ex premier británico Tony Blair en Irlanda. Los irlandeses esperan ahora ver la estrategia de su sucesor, Gordon Brown.

Una de las primeras llamadas realizadas por el nuevo primer ministro británico, Gordon Brown, fue al primer ministro irlandés Bertie Ahern, que aprovechó la ocasión para felicitar al sucesor de Tony Blair. Durante la mañana del miércoles 27 de junio, mientras la familia Blair esperaba el camión de mudanza que trasladaría sus efectos personales de la residencia oficial del 10 de Downing Street, en Irlanda se apuntaba a que la relación entre Blair y Ahern ha sido una de las causas de una nueva era en las relaciones entre las dos islas después de años de desconfianza. Bertie Ahern, que afirmó que Brown le había expresado su intención de mantener el mismo nivel en las relaciones con Irlanda que su antecesor, recalcó que su relación con Tony Blair había sido cercana y que a Brown «no le conocía».

Tanto en el tono como en el contenido de las declaraciones de Ahern se adivina la precaución. En un momento en el que las relaciones entre Londres y Dublín son inmejorables, la llegada de Brown no debería impactar de forma negativa. Sin embargo, la cuestión es hasta que punto Brown está interesado en el destino de Irlanda y, más específicamente, del norte de Irlanda.

Recordemos cómo en el último congreso laborista, Gordon Brown dedicaba una mención mínima al proceso de paz irlandés, lo que evidencia que no es una de las prioridades en su agenda como lo fue en la agenda Blair. Para el primer ministro saliente, el proceso de paz irlandés podría haber sido una asignatura pendiente, pero la consecución de acuerdo entre unio- nistas y republicanos para la formación de un Ejecutivo multipartito y la reinstauración de las instituciones forman parte de su legado político.

Se puede adivinar que los partidos norirlandeses también sintieron la presión de la marcha de Blair, un primer ministro que ha dedicado tiempo y energías al proceso político. En su estrategia ha habido aciertos y errores, pero tanto unionistas como republicanos ya adivinaban que un futuro sin Blair representaría un estancamiento de la situación. Los unionistas consideraban que llegada la situación a un Gobierno asociado Londres-Dublín podría significar mayor poder para Irlanda ante la falta de interés de la nueva Administración laborista.

Otros auguran que en esta situación, Brown optaría por una vuelta al unilateralismo, con una reducción significante en el papel que la Administración de Dublín jugaría en el Gobierno del norte. Ello no sería satisfactorio para los republicanos. Así pues, la marcha de Blair obligó a todos a forzar los motores para llegar a un acuerdo. Hoy, aún sin Blair, los norirlandeses son dueños de su futuro y saben que Brown no tiene la paciencia ni el interés a la hora de resolver las posibles crisis del proceso por lo cual es mejor evitarlas.

En general, para la mayoría de los irlandeses, Blair cambió la percepción histórica de la relación entre Irlanda y Gran Bretaña, una percepción claramente negativa, en la que el pasado colonial y el paternalismo británico dificultaban la fluidez entre ambos estados. En este cambio en el balance de poder entre ambas administraciones ha jugado un papel importante el tirón económico irlandés, que ha hecho del sur de la isla un modelo económico no sólo a envidiar, sino también a seguir. Con la afluencia económica ha llegado la inversión de roles entre Gran Bretaña e Irlanda. Si antes los irlandeses dependían de los mercados británicos para dar salida a sus productos, éstos se han visto ahora relegados a una segunda posición, superados por los consumidores estadounidenses. Además, Irlanda es el cuarto mercado para productos británicos.

Por otra parte, para las nuevas generaciones británicas, la herencia colonial es una razón para avergonzarse más que para enorgullecerse. El anacronismo del paternalismo político se hace menos aceptable, aunque aún se encuentra presente -aunque a menor escala- en las actuaciones británicas.

Estos cambios han sido esenciales a la hora de que se estableciera entre Londres y Dublín una relación de iguales a la hora de tratar con el conflicto en el norte de Irlanda. Evidentemente, ha habido razones para el enfado en Dublín, ya que en ocasiones Londres ha tomado decisiones sin consulta o contacto previo o, incluso, contra los deseos de Dublín. Sin embargo, públicamente ambos gobiernos han mantenido una posición de asociación, de acuerdo que ha sido importante para el proceso. La relación personal entre Blair y Ahern ha sido crucial en este aspecto del proceso político y, con otros líderes, quizás nunca se hubiera llegado a este momento.

Hay que recordar que Ahern y Blair han crecido juntos políticamente. Blair llegó al poder en mayo de 1997; Ahern, a finales de junio del mismo año. Blair abandona al tiempo que Ahern inicia su tercer mandato. Quizás hay una razón añadida para que el primer ministro irlandés se entristezca con la marcha de Blair, ya que podría augurar una situación similar en Irlanda, donde su reputación sigue ensombrecida por la sospecha de la corrupción y el que se perfila como su sustituto -curiosamente el ahora también ministro de Finanzas, Brian Cowen- espera pacientemente su momento.

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