CRÓNICA | BOMBA ATÓMICA SOBRE HIROSHIMA Y NAGASAKI
La valiente elección de sobrevivir para lanzar un mensaje de paz al mundo
sakue Shimohira vivió en carne propia el bombardeo atómico de EEUU sobre la ciudad japonesa de Nagasaki cuando sólo tenía diez años. Frente a quienes optaron por morir, ella eligió «tener el coraje de vivir» y 62 años después se ha convertido en una mensajera de la paz que invita a construir, entre todos, un mundo sin armas nucleares ni guerras.
Mirari ISASI
«No más Hiroshima, no más Nagasaki, no más víctimas de las armas nucleares y no más guerras. Tenemos que colaborar para construir juntos un mundo lleno de paz, sin armas nucleares ni guerras». Es el mensaje de paz que Sakue Shimohira, superviviente de la bomba atómica lanzada por EEUU el 9 de agosto de 1945 sobre Nagasaki, ha traído hasta Euskal Herria. Reconoce que quiso esconder y guardar en el fondo de su corazón aquella experiencia tan horrible, dura y triste, pero optó por transmitir a las nuevas generaciones lo que los seres humanos fueron capaces de hacer en el pasado para evitar cometer los mismos errores y construir un futuro en paz.
Sakue Shimohira ha visitado Euskal Herria junto al vicedirector del Museo de la Paz de Nagasaki, Kozo Hasezaki, con motivo de la exposición «Hiroshima-Nagasaki: efectos de la bomba atómica», que permanecerá en el Museo de Paz de Gernika hasta el 9 de setiembre. Dos ataques genocidas contra la población civil que se saldaron más de 200.000 muertos.
«Sola en el mundo»
Shimohira tenía diez años aquel día. Recuerda que vivían una situación «verdaderamente miserable», sin nada que comer y sin zapatos». Los hombres partieron a la guerra y «sólo quedaban niños, mujeres y ancianos». Relató el «infierno» vivido al quedarse «sola en el mundo».
Al sonar las alarmas acudió con su hermana pequeña y un sobrino de un año a su refugio antiaéreo, a 800 metros del epicentro, mientras su madre y hermana mayor se quedaban en casa. Acabada la alerta la gente empezó a abandonar el refugio y «en ese momento ocurrió. Hubo un destello de luz que iluminó el interior del refugio y un fuerte golpe de viento que entró y nos arrojó contra las rocas».
Al recuperar el conocimiento, el escenario era «horroroso, había cuerpos totalmente quemados, cubiertos de sangre, mutilados... Estaba paralizada por el miedo, no sabía qué hacer». Al día siguiente, tras encontrar a su hermana y su sobrino y conseguir «esquivar los cadáveres», salieron a la calle para enfrentarse a un espectáculo desolador. «No había nada, sólo ruinas, fuego y cadáveres calcina- dos», pero encontraron su casa.
Shimohira recuerda que los niños se tapaban los ojos con cuatro dedos y colocaban los pulgares en los oídos cuando sonaban las alarmas y fue así como encontró el cuerpo calcinado de su hermana mayor. A su madre la halló en una casa vecina y recuerda que al tocarla «se deshizo». Su hermano las encontró, pero murió el día 11, enfermo, entre vómitos y suplicando: «no quiero morir».
Esta superviviente de 72 años rememora los trastornos causados por la radiación, que «no tiene color ni olor», durante décadas -que ella misma padece- y las duras condiciones de vida tras el bombardeo. «La gente tenía sed, iba al río a beber y muchos murieron, a otros se nos empezó a caer el pelo, a salir sangre por la nariz... sin que supiéramos por qué. Los que sobrevivimos no podíamos vivir como seres humanos», afirma al recordar su vida en barracones, sin comida ni ropa.
Su hermana menor no pudo soportar la enfermedad y la miseria. «Sufría mucho, luchaba, pero no se curaba y un día no volvió. Alguien gritó que una niña había saltado al tren y encontramos su cuerpo mutilado», relata. Al quedarse «sola en el mundo, pensé que yo también moriría. Cinco años después de la bomba, la vida era tan dolorosa para los supervivientes, que varios se tiraban al tren cada día. Yo me acerqué -afirma-, pero tenía miedo y no salté».
«Pensé -asegura- que mi hermana menor fue derrotada por la miseria, la enfermedad y la pobreza, pero que yo tenía que vivir, porque no tenía a nadie y nadie iba a recoger mi cadáver». Subraya que «hay que ser valiente para morir y ser valiente para vivir. Mi hermana, lamentablemente, decidió morir, pero yo elegí seguir viviendo, porque tenemos que contar lo que pasó y transmitir un mensaje de paz a las generaciones futuras en todo el mundo. No queremos que esta historia tan miserable se vuelva a repetir nunca más».
La historia de Sadako
El colofón a su emotivo relato lo puso un cuentacuentos que trasladó a Euskal Herria la historia de Sadako, un emblema en la cultura nipona de la paz. Es la historia de una niña que sólo tenía dos años en agosto de 1945 y a los doce le diagnosticaron un cáncer causado por la radiación. Su amiga Chizuko le contó una leyenda que decía que sobreviviría y alejaría para siempre aquel mal si conseguía hacer mil grullas de papel. «Pero las manos de los hombres construyen más despacio que lo que las guerras pueden destruir» y a Sadako le sobrevino la muerte cuando tan sólo había logrado hacer 644 grullas de papel.