Michael Bay es el tipo de director capaz de manejar grandes equipos y grandes presupuestos, habilidad que le convierte en uno de los preferidos para los productores que buscan lo más parecido a un organizador. Por esta razón siempre se le juzgará en función del resultado económico de sus películas, menos por la calidad de esas mismas realizaciones. En su etapa con el productor Jerry Bruckheimer le fue muy bien, ya que sus colaboraciones se contaron por éxitos de taquilla a pesar de que no todas fueran igual de entretenidas. La racha cambió cuando Bay aceptó un contrato de Spielberg para ponerse al frente de «La isla», un proyecto de ciencia-ficción lastrado por un guión nada original. Falló el lanzamiento comercial porque en DreamWorks, que era el estudio que estaba detrás, tampoco creían demasiado en sus posibilidades. Por primera vez un sonado fracaso manchaba la triunfal carrera de Michael Bay, quien anunció, dolido, que iba a plantearse hacer lo que hacen los demás en estos casos: una película pequeña y más personal.

Pues nos hemos quedado con las ganas de saber si realmente tiene algo que contar fuera de la maquinaria de la industria pesada que él mueve con aparente facilidad, porque esa supuesta modesta realización seguramente no llegará nunca. Spielberg le ha vuelto a embarcar en otra superproducción que nace como rentable franquicia, por lo que es de suponer que le tendrá ocupado durante los próximos años.

La ventaja de «Transformers» es que no importa si el guión es bueno o malo, ya que se trata de una película de efectos especiales. Los primeros pases de prueba con público arrojaron un balance tan positivo que ya está en preproducción la segunda parte y cuantas hagan falta, con tal de mantener caliente esta nueva máquina de hacer dinero. Aún así, Michael Bay no respondió con un sí inmediato a la llamada del Rey Midas de Hollywood, tal vez porque todavía le duraba el disgusto de «La isla» o, simplemente, porque era sabedor de que otros intentos previos para hacer una película de imagen real basada en los famosos juguetes no habían encontrado respaldo. Pero estaba claro que era el elegido y que iba a terminar haciéndola.

El paso inicial de Bay fue estudiar el diseño de los juguetes que se transforman en la escuela de la compañía Hasbro, que es la empresa que los fabrica y que existe como laboratorio donde se almacenan todas las creaciones desde hace tres décadas. Hay que recordar que fueron los japoneses sus inventores, pero Hasbro compró a Takara los derechos internacionales, asociándose con la factoría de cómics Marvel en 1984 para desarrollar historietas gráficas y series de animación que sirvieran de promoción. A Bay no le gustaron los viejos prototipos, pues los veía obsoletos para el cine actual, así que acordó con Hasbro la remodelación de los robots más conocidos de la colección.

El grueso del trabajo pasaba a manos del departamento de efectos especiales, mientras que a los guionistas Roberto Orci y Alex Kurtzman, que ya colaboraron con Bay en «La isla», les quedaba el cometido más sencillo. No han tenido que escribir muchos diálogos, apenas unas páginas, siendo unas pocas frases sueltas las que han conservado de las aventuras originales de los robots. Esto ha disparado las protestas de los coleccionistas de juguetes, también indignados por los cambios efectuados en los diseños y en la mecánica de las transformaciones. Los fanáticos de la transformermanía, llamados «transfans», han copado los foros de internet con mensajes y amenazas contra Michael Bay, una vez más reconvertidos en ventajosa polémica publicitaria por los expertos en marketing.

Conservador y patriotero

No deja de tener gracia que las únicas quejas vengan del lado de la falta de purismo relativo a los juguetes en la versión cinematográfica, sin que a nadie parezca molestarle su contenido ideológico. «Transformers» saca a relucir el lado más conservador y patriotero tanto de Spielberg como de Bay, quienes han elegido la fiesta nacional norteamericana del 4 de julio como fecha de lanzamiento en todo el mundo, por si alguien duda a estas alturas de quién es el que manda aquí. Al igual que fue puesto de manifiesto en la nueva adaptación de «La guerra de los mundos», el ejército de los Estados Unidos es el único que podría hacer frente a invasiones extraterrestres, lo que les convierte automáticamente en los interlocutores válidos en nombre de la humanidad. El primer ataque de los robots malos, los Decepticons, tiene lugar en medio del desierto de Qatar y afecta a un destacamento militar en Oriente Medio. Soldados de esa misión sobreviven al ataque y regresan a casa, donde se aliarán con otros jóvenes civiles y con los robots buenos, los Autobots. Esta chatarra venida del espacio se transforma en la tierra en coches, camiones, aviones y otros vehículos para pasar desapercibida. Un Decepticon que responde al nombre de Frenzy se transforma en un equipo de música cuando no está en modo de combate, lo que le permite introducirse en el avión presidencial, el Air Force One.