Siempre le cabe en suerte a Getxo iniciar la temporada de festivales de jazz en Euskadi como una especie de aperitivo para los suculentos y variados platos que ofrecen después Gasteiz y Donostia. Pero esta trigesimoprimera edición del Europar Jazzaldia tiene una entidad y un interés similar al de sus hermanos mayores. A costa de hacerlo menos europeo que nunca, todo hay que decirlo, los organizadores del jazzaldi getxotarra han diseñado, sin duda, el cartel más espectacular de su historia. Y no es sólo porque hayan contratado, con verdadero sentido de la oportunidad, a una leyenda del jazz como Lee Konitz, a la que hacía doce años que no veíamos en Euskadi, sino también por la calidad incontestable que preside la práctica totalidad de la oferta del festival.

El ejemplo más fehaciente de lo dicho fue la actuación de esos tres gigantes del jazz francés que son los veteranos Romano, Sclavis y Texier. Antes de su espléndido concierto, el grupo holandés a concurso, Thintank, provocó división de opiniones. Este cuarteto, con un CD ya en su haber, acusó probablemente los nervios y la responsabilidad. Como consecuencia, al comienzo de su actuación estuvieron singularmente envarados. Aunque los arreglos de los temas de Wayne Shorter eran acertados -la guitarra dibujaba las melodías reemplazando al saxo sin que éste se echara de menos en exceso-, sus versiones de «Speak no evil» y «Ana María», a este cronista le resultaron un tanto abúlicas. Sólo las dos últimas piezas, más orientadas al bop, permitieron el brillo de los solistas, el vuelo improvisatorio y la diversión unánime del respetable. A destacar el toque seguro y propulsivo del batería David Barker y la calidad del pianista, Rein Godefroy, de habilidosa digitación y fértil estro compositivo.

A continuación el trío conformado por Aldo Romano, batería que hace pocos años ganara el prestigioso Jazzpar Price como reconocimiento a su trayectoria universal, el contrabajista Henri Texier, decano de los contrabajistas franceses y adalid de la fusión con la música magrebí, y el clarinetista y saxo Louis Sclavis, uno de los campeones europeos del jazz free y de vanguardia, encandilaron a un público entusiasmado, aunque menos numeroso de lo que se merecía el evento. Recrearon, como era de esperar, sus atractivas composiciones inspiradas a partes iguales en el folklore africano -la mayoría pertenecientes a sus tres álbumes conjuntos- y el nutritivo y complejo jazz contemporáneo. Todo ello con brío juvenil, y el virtuosismo cálido y cercano de los auténticos maestros. Se permitieron además mostrar algún tema nuevo, como el titulado «Surreal politique», crítica a la política francesa en África, y apabullar con alardes técnicos, como el protagonizado por Sclavis cantando la melodía sobre el tubo de su clarinete bajo para continuar introduciendo la embocadura a la primera y tocar sin ningún problema técnico. Verdadero alarde de seguridad y precisión. Uno entre los muchos detalles destacables de un extraordinario concierto que guardarán en su memoria los asiduos al Festival.

Horas antes en la plaza del Getxo Antzokia, el nuevo proyecto del contrabajista colombiano Juan Pablo Balcázar, «Voyage» quartet, había dejado ya un buen sabor de boca. Su música, cambiante y evocativa, expresó con acierto los estados de ánimo -melancolía, entusiasmo, incertidumbre...- deparados por un viaje de itinerario musical gozoso y aventurado entre sus dos ciudades de referencia: Bogotá y Barcelona.