Cuarenta días después de las elecciones del 27-M, en Nafarroa sigue sin concretarse el acuerdo de «cambio» prometido aquella noche. Y 40 días después, lo más llamativo es la forma en que el caudal de ilusión generado por la pérdida de la mayoría absoluta de UPN se ha ido dilapidando. La vergonzante cesión de la Alcaldía de Iruñea abrió los ojos a muchos. El interminable proceso de negociación para el Gobierno está terminando de desesperar a otros muchos. Y la constatación de que son las disputas por los cargos las que bloquean el desenlace supone el último elemento de desazón. Muchos recibirán hoy con especial alivio el paréntesis sanferminero.

Pedir celeridad ya no tiene sentido. Pero sí cabe reclamar claridad. La claridad que exige un proceso al que se pretendía dar tanta relevancia social. A día de hoy no sólo nadie sabe a ciencia cierta dónde están las discrepancias en el reparto de la tarta (las versiones de Erro y Puras no coinciden), sino que ni siquiera se sabe si hay acuerdo programático (Errazti y Zabaleta se contradicen) y en qué términos. Y aunque en la mesa de negociación la forma parezca ser lo importante, la sociedad navarra agradecería sobre todo una clarificación sobre el fondo: sobre qué hay del estatus de Nafarroa, su derecho a decidir, su lengua, sus relaciones con otros territorios. Porque ahí estaba el cambio. ¿O no?