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CRÍTICA | jazz

Estrellas exhibicionistas, noveles esforzados

Javier ASPIAZU

Aunque sin llegar a emocionar y convencer tanto como los protagonistas del concierto inaugural, Paolo Fresu y Uri Caine dejaron sobradas muestras de su gran talento en un amable concierto que combinó sabiamente celebrados standards con piezas del repertorio barroco, de Monteverdi o Haendel. El pianista de Filadelfia estuvo más contenido, todavía más lírico y clásico de lo que esperábamos, probablemente lo demandaba el contexto, mientras que Fresu, en cambio, hizo gala una vez más de su incomparable pericia técnica, acompañada de una creciente tendencia exhibicionista (sus heterodoxas posturas a la hora de tocar parecen buscar más el objetivo de los fotógrafos que la comodidad o la eficacia instrumental). El uso preferente de la sordina y el tránsito continuado por tempos medios y baladas, unido a la pureza del sonido y la limpieza en la articulación y el fraseo, hizo inevitable el recuerdo de Davis o Baker, maestros a los que Fresu podría emular si imprimiera un poco más de sentimiento a sus performances. El dúo trompeta-piano se reveló como una fórmula de concierto limitada y hacia la mitad de su transcurso cayó en cierto bache que remontó a partir de la popular aria del «Rinaldo» de Haendel, para terminar, con brillantez, a los sones del «Round Midnight», entre los regocijados aplausos del numeroso público.

Poco antes, en el concurso de grupos, comprobamos que la escuela de Rostov sigue dando estimables frutos. El Andrew's Quartet, originario de Rusia, ofreció jazz con hechuras clásicas pero modernos desarrollos. Sus perfilados dibujos melódicos daban paso a imprevistos cambios de ritmo milimétricamente estudiados. Pretendiendo ser originales en todo momento, restaron algo de espontaneidad a su propuesta. A destacar la labor de la pianista Elena Lubyanaya en los arreglos y, sobre todo, el hermoso sonido al saxo tenor de Andrei Mulyakin, casi exclusivo improvisador del grupo.

Por la tarde, la plaza del Getxo Antzokia contempló la actuación de un ensemble valenciano-canario, el Cannonball Legacy, empeñado en la loable tarea de mantener vigente el respertorio del gran altosaxofonista Cannonball Adderley. Fogosos improvisadores, como el tenor Santi de la Rubia, o delicados cinceladores de sonidos, como el trompetista Idafe Pérez, se destacaron en el seno de un sexteto que se perfila como semillero de talentos, muy a tener en cuenta en un futuro cercano.

 
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