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Crónica, Bienvenidos a Beirut

A la autodestrucción, de nuevo y por encargo

Beirut sigue reclamando su título de ciudad más abierta de Oriente Medio. En el aire se respira tensión y, tras la fachada de sofisticación y alegría en sus calles, se esconde el miedo, la suspicacia y el pesimismo cínico con el que los libaneses se enfrentan a un futuro, cuanto menos, incierto.

Ricard BOSCAR Colaborador del gabinete de análisis GAIN

Un grupo de universitarios maronitas (cristianos) explica cómo ven la situación. Están en camino hacia una rave (fiesta) en Jbeil, más conocida como Biblos, antiguo puerto fenicio situado pocos kilómetros al norte de Beirut. «Lo primero que tienes que hacer- comenta uno de ellos -es conseguir un AK47 y toda la munición que puedas, porque dentro de un mes vamos a necesitar a todos los cristianos para deshacernos de esa morralla» refiriéndose a los que duermen en las tiendas de campaña ante el Parlamento.

Aunque, salvo los guardas, apenas queda nadie alojado en ellas, su presencia sirve de recordatorio de la protesta opositora que, liderada por Hizbullah, arremete contra el Gobier- no actual, plegado a los intereses de Washington.

El país está paralizado políticamente y sin visos de mejora al menos hasta las elecciones de setiembre, que se presentan, cuando menos, inciertas

Parálisis política

Curiosamente, el DJ de la rave de Byblos ha forjado su carrera en Israel, algo que no parece importar a la juventud libanesa que, sedienta de tecno, atesta las playas a la espera del inicio de la fiesta. Si algo asemeja Líbano de su vecino del sur es precisamente ese amor por el carpe diem. La «marcha», tanto en Tel Aviv como en Beirut, es legendaria. Las drogas son baratas y fácilmente asequibles.

A pesar de las ganas de bailar y olvidar, muchos jóvenes sueñan con volver a la vorágine de la guerra. Quizás ellos no recuerden el terrible conflicto de los años 70 y 80 que dejó el país en ruinas. Se dejan llevar por las diatribas de los diferentes líderes locales, que representan a sus respectivas comunidades religiosas, así como a las viejísimas estructuras tribales de la sociedad libanesa, en la que siempre dominan, haya guerra o no, unas pocas familias. Es el discurso de Samir Geagea, un ultra cristiano, además de conocido criminal, el que más éxito tiene entre los jóvenes seguidores de Jesús. El emblema de su partido, las Fuerzas Libanesas, es una cruz que se asemeja a un puñal. Muchos lo lucen con orgullo, sobre todo si el extranjero con quien hablan proviene también de un país cristiano.

Efectivamente, hay muchos que se están frotando las manos con la perspectiva de una nueva guerra. La guerra siempre es un gran negocio, y los libaneses son conocidos por ser un pueblo eminentemente comercial.

A pesar de la aparente indolencia beirutí, la ciudad está intranquila y plagada de gente armada. Policías, equipos de seguridad privada y militares apostados en blindados están por doquier... El centro de Beirut está fortificado y rodeado de alambre de espino y para ir de un lugar a otro de la ciudad hay que pasar diversos controles.

Por las avenidas de la capital pueden verse circular vehículos militares, caravanas de coches oficiales protegidos por hombres armados y los blancos cuatro por cuatro de UNIFIL. Eso sin hablar de la cantidad de espías y personajes de dudoso origen y temible aspecto que te encuentras por todas partes.

Mientras tanto, en Trípoli, el Ejército libanés aún no ha sido capaz de doblegar al bien armado y financiado grupúsculo de Fatah al Islam en el campo de Palestinos de Naher al Bared.

Todo apunta a que Líbano está abocado de nuevo a la autodestrucción, prefijo injusto si consideramos que es uno de los campos de batalla del supuesto «choque de civilizaciones», falla tectónica entre dos bloques: Occidente, y el mundo musulmán (rebelde), con dos representantes claramente opuestos: Hizbulah, en nombre de los chiítas, Siria e Irán, y Al Qaeda, que intenta introducir su jihad global. Los ingredientes están sobre la mesa.

Los rumores corren como la pólvora por Beirut, ciudad de misterios y complots como pocas. Aunque las voces progubernamentales siguen intentando ligar a Siria con el auge de los grupos extremistas sunitas como Fatah al Islam, la historia demuestra quién ha armado y financiado a semejantes elementos. Basta recordar Afganistán. En Líbano, quienquiera que esté detrás de estos grupos ha buscado claramente crear un contrapeso a Hizbulah, y mantener a Líbano en primera línea de la «guerra contra el terror».

Mártires, mártires, mártires, la ciudad está llena de pancartas que recuerdan a los muertos en atentados en los últimos 2 años, desde el que abrió la actual crisis, Rafic Hariri, pasando por los periodistas Gibran Tueini y Samir Kassir y los diputados Walid Eido y Pierre Gemayel (detrás de cuya muerte se comenta hay manos cristianas).

El sofocante verano tan sólo acaba de comenzar.

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