En la pasada edición del Zinemaldia donostiarra sorprendió el cambio de registro dado por el prestigioso cineasta japonés Hirokazu Kore-eda, después de triunfar anteriormente en otros festivales internacionales con «Nadie sabe», un duro drama contemporáneo sobre el caso real de unos niños que vivieron solos, sin la compañía de ningún adulto, al ser abandonados por su madre. En «Hana» hace una propuesta totalmente distinta, pero igual de arriesgada y original. Aunque su nueva película se sitúa a comienzos del siglo XVIII, no sigue la tradición del género histórico jidai-geki ni la de las películas de acción con samuráis agrupadas dentro del chambara. Estaría más cerca de lo que en Occidente se entiende por una farsa medieval, y en esa dirección parece apuntar la extraordinaria banda sonora de Tablatura, que parece salida de cualquier adaptación del teatro isabelino.

La desmitificación de la figura del samurái planteada en «Hana», a diferencia de las últimas tendencias del cine japonés («Zatohichi» o «El ocaso del samurái»), no se basa en la decadencia del feudalismo y en la implantación paulatina de las armas de fuego, sino que opta por desmontar su código de honor o bushido. El protagonista es un antihéroe, un joven que debe iniciarse forzosamente en el manejo de la katana para vengar la muerte de su padre, misión que le lleva a regañadientes hasta la capital Edo, actual Tokio, durante el periodo Tokugawa. Una vez allí, se instala en un humilde barrio de chabolas, donde lo que realmente hace falta es un maestro que enseñe a los niños y no un protector o vigilante que dirima las disputas vecinales. Contagiado del espíritu de lucha cotidiana por superar la pobreza, en lugar de batirse en duelo montará una representación de teatro callejero, una mascarada que pondrá en solfa a esos señores de la guerra totalmente obsoletos en tiempos de paz, y que servirá para que los habitantes de ese reducto marginal le pierdan definitivamente el miedo a los poderosos. Ese pasaje contiene los momentos más divertidos y contagiosamente vitalistas de la película, siempre dentro de un tono ambiental que resultará extraño o exótico al espectador occidental, toda vez que se sale de lo que estamos acostumbrados a ver en el cine japonés, tanto en su acepción clásica como moderna.