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Antonio Alvarez-Solís

La inmensa vaciedad del ser

En la tribuna parlamentaria se convierte en un vaporoso personaje de Disney capaz de hacer o de decir cualquier cosa. Es figura entrañable o malvado tremendo según lo resuelva el dibujante urgente que lleva en sus entrañas. A los españoles les gusta este tipo de autores que relatan para niños cultos o maduros tontos. En mi época infantil los niños que habían decidido en casa que fuéramos cultos leíamos «Tarzán de los monos», «El esclavo de Madagascar» o «Los piratas de Omán».

Hablo así porque me devolvió a la infancia el hermoso Bambi que dibujó el Sr. Zapatero con dos trazos en el Congreso cuando se sacó de la manga los 2.5oo euros por cada hijo que se produzca en el Estado, con lo que por primera vez saldrá lo mismo de precio una criatura madrileña que una de Almería. La idea brotó como un geyser de tal potencia que los mismos ministros presentes en el hemiciclo quedaron tiernamente sorprendidos. Hubo espectadores del debate en televisión que decidieron apagar de inmediato sus televisores y pusieron manos a la tarea. «Cielo, a por ellos», según la frase del Sr. Aznar.

El problema radica en que 2.500 euros no llegan para el bautizo y el ajuar que ahora estilan los niños, ya que son niños de la globalización. Es más, en cuanto el niño deja de mamar -un remedio pudiera ser seguir mamando toda la familia- comienza otra vez la stangflacion en el hogar. Hubiera valido la pena el obsequio presidencial de haber engendrado el recipiendario los cien mil hijos de San Luis. Pero dejando aparte la cantidad del donativo, pensado para pescar con cebo vivo como se hace con los atunes, uno se pregunta si lo realmente eficaz para frenar el desfase demográfico no sería, por ejemplo, rebajar sensiblemente los intereses hipotecarios o facilitar alquileres baratos a quienes contribuyan al repoblamiento de la Universidad. Incluso recobrar el tiempo en que desgravaban fiscalmente los intereses de los préstamos de supervivencia, que se suprimieron sin ruido alguno cuando todos nos habíamos metido en ese arca de Noé. Pero, como dicen los gallegos con tanta ternura cuando recuerdan a un ausente «¿y Bambi?».

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