Mikel Arizaleta Traductor
La Iglesia en julio
El 1 de julio se cumplían 70 años de la firma de la carta de los obispos españoles con motivo de la Guerra de España. Con ella, la jerarquía de la Iglesia católica española sellaba oficialmente el «pacto de sangre con la causa del general Franco». Mikel Arizaleta parte de este momento histórico para criticar el apego de la jerarquía católica por el poder y su historia de continuo sabotaje a «todos los intentos de eliminar la miseria de las masas y lograr mejoras sociales básicas».
El 1 de julio de 1937, acaban de cumplirse 70 años, la jerarquía de la Iglesia católica española selló oficialmente el pacto de sangre con la causa del general Franco. Ese día vio la luz la Carta de los obispos españoles a los de todo el mundo con motivo de la Guerra de España, redactada, a petición de Franco, por el cardenal Isidro Gomá, con la firma de todos los obispos españoles menos Mateo Múgica (Vitoria) y Francesc Vidal i Barraquer (Tarragona), nos recuerda el profesor de historia Julián Casanova. La espada vencedora, ofrendada por el caudillo a Dios el 20 de mayo de 1939 en la iglesia de Santa Bárbara de Madrid y recogida con unción por el jefe de la Iglesia española, sigue custodiada en el Tesoro de la Catedral Primada por sus fervientes sucesores.
«El 11 de marzo de 2001 Juan Pablo II beatificó a 226 valencianos muertos en la guerra civil `por el odio a la fe', entre los que había sacerdotes, religiosos y seglares. Fue uno de los mayores actos de beatificación celebrado en la plaza de San Pedro de Roma y tuvo su origen en las causas iniciadas por el arzobispo de Valencia, Agustín García-Gasco, considerado por los sectores menos integristas de la Iglesia valenciana como un hombre `con una cierta mentalidad nacionalcatolicista'. Además, la diócesis de Valencia instruye la causa de canonización de otros 250 mártires, cuyo proceso abrió el arzobispo en junio de 2004».
¿Sorprendente? «Las facilidades concedidas por el Ayuntamiento de Valencia al proyecto de honrar la memoria de los muertos en el bando nacional con la erección de una iglesia-santuario chocan con los impedimentos que el Consistorio ha puesto para parar las obras de construcción de nichos sobre una fosa común del cementerio de Valencia en la que, según el Fòrum per la Memòria Històrica del País Valencià, hay enterrados cientos de personas que fueron ejecutadas tras la guerra civil. Las obras sobre la fosa común fueron paralizadas cautelarmente por un juzgado, que finalmente dio la razón a esta asociación». Una vez más se demuestra aquí que la Iglesia es sólo tolerante cuando es minoría, pero en cuanto el Estado privilegia al cristianismo se acabó la exigencia de tolerancia y libertad. Con esas ceremonias de beatificación, la Iglesia católica española continúa siendo la única institución que, ya en pleno siglo XXI, mantiene viva la memoria de los vencedores de la Guerra Civil y sigue humillando con ello a los familiares de las decenas de miles de asesinados por los franquistas, recalca de nuevo el catedrático Casanova.
En una entrevista reciente Jon Sobrino, ante la pregunta formulada por Jesús Ruiz Mantilla -en referencia al obispo asesinado Romero, al teólogo de la liberación Ellacuría y a tantos otros y otras latinoamericanos, luchadores por la justicia asesinados en el Chile del catolicísimo Pinochet, en la Argentina de Videla y en tantos otros países bajo el manto protector del Vaticano- ¿cómo estas personas tan próximas al martirio, que se han jugado el pellejo, no se las reconoce como a auténticos Cristos en su Iglesia?, respondía: «Yo tampoco lo entiendo. Me preocupa y a veces me indigna. Mi esperanza es que pronto, oficialmente o con algún signo eclesial que todo el mundo entienda, canonicen a monseñor Romero y a todos los mártires latinoamericanos y del Tercer Mundo». Alguien pudiera pensar: ¡No caerá esa breva! Pero estos cristianos tan solo son periferia y pus o, en expresión acuñada por ellos, herejía en el cuerpo eclesial.
Todos los intentos por eliminar de raíz la miseria de las masas y lograr mejoras sociales básicas viene saboteando la Iglesia desde entrada la antigüedad como una rebelión contra el ordenamiento social dado por Dios. El sistema feudal de la Edad Media, sus privilegios de clase, la servidumbre, la esclavitud... todo esto era para la Iglesia, hasta los nuevos tiempos, algo dado y querido por Dios, como un reflejo del orden celestial. Tomás de Aquino, el teólogo oficial de la Iglesia, justificó el mantenimiento de la esclavitud. Durante toda la Edad Media la Iglesia no rechazó ni la esclavitud ni el comercio de esclavos. La Iglesia se convirtió en un poder meramente conservador y dirigió la mirada de sus pobres creyentes hacia el cielo, que un día debería satisfacer todos sus sueños, mientras ella se enriquecía terriblemente. Las mejoras sociales de los tiempos modernos no se han conseguido a través de la Iglesia sino en contra de ella. Para uno de los teólogos más importantes, Martín Dibelius, la Iglesia se ha mostrado precisamente como «guardia de corps del despotismo y del capitalismo. Por eso todos los que deseaban una mejora de la situación en este mundo se han visto obligados a luchar contra el cristianismo». El Vaticano santificará la caridad de la monja rumana Teresa de Calcuta pero condenará con anatema y castigo la reivindicación justa de monseñor Romero y otros, defensores de una teología liberadora o de los pobres.
De ahí que a muchos, en cambio, nos parezca deshonra para un verdadero revolucionario, además de pura contradicción, el que la Iglesia proclamara santo a Romero o a Giordano Bruno. Debería sorprendernos el que todavía hoy haya cabezas altamente cualificadas e incluso instruidas que tengan ideas tan peregrinas de los santos. Permítaseme la alusión a una idea, formulada por el gran Karlheinz Deschner en «La Historia criminal del cristianismo»: «el honor de los altares no alcanzaron mendicantes humildes y florecillas, no; fueron explotadores, ladrones, antisemitas, chantajistas, falsificadores, incendiarios, especialistas en sobornos, criminales y asesinos de masas». Claude-Adrien Helvétius se dio cuenta: «Cuando se leen sus santas leyendas se encuentran los nombres de miles de asesinos canonizados. ¡Y casi todos de las clases altas! Todo lo que la gente considera santo tiene un perfil corrosivo». Realmente cuando los cristianos caminaron por un baño de sangre fue cuando la Iglesia comenzó a quemar herejes y brujas. El número de todos los mártires cristianos de los tres primeros siglos se calcula, muy por lo alto, en 1.500, número muy cuestionado porque sólo se conserva información escrita tan sólo de un par de decenas de mártires. Cabe mencionar aquí lo leves que fueron los sufrimientos de los cristianos de entonces en comparación con las persecuciones y torturas que la Iglesia católica propició a herejes y brujas. Los métodos refinados de tortura y salvajismo de la Iglesia pueden verse hoy en los museos del horror humano. Sólo el católico duque de Alba mandó ejecutar a más de 20.000 protestantes. Los cristianos asesinaron a cientos de miles de judíos. Las víctimas de la locura de la Iglesia en contra de las brujas se calcula, muy por lo bajo y sólo en el Sacro Imperio Romano Germánico (962-1806), alrededor de 200.000 según Rolf Schulte en su libro de tesis doctoral Hexenmeister.
El pasado 18 de julio, largos setenta años después, la Iglesia católica española, fiel a su espíritu de la Edad Media, levantó su brazo herumbroso y mohoso desde el sepulcro de Franco del Valle de los Caídos para gritar de nuevo por medio de sus obispos su eterno y conocido: ¡Viva Franco, arriba España! Y es que el Movimiento Nacional con Franco encarnaba las virtudes de la mejor tradición cristiana, la del antijudío Isidoro de Sevilla, la de la Inquisición, la de Gomá y Segura, la de Cañizares, Fernando Sebastián, Rouco Varela, García-Gasco, hombres feudales capaces, como certeramente denuncia Muthiko Alaiak, de proseguir con su báculo y sus enseñanzas la negra historia del cristianismo... Amantes de la libertad, empero, nos reunimos en este julio en torno a la casi centenaria republicana y abertzale Emilia de la Bodega para brindar por los revolucionarios abertzales y brigadistas internacionales de entonces y de ahora.