Jakue Pascual Sociólogo
Te veo
Cuando era muy chiquito, las historietas de Pumby hacían que mi imaginación navegara por los mundos de Jauja. Pulgarcito ya había acelerado los dibujos, insertado globos de diálogo y utilizado iconos, onomatopeyas y un lenguaje desternillante en el linde de la discrepancia con la Academia de la Lengua. Sus realizadores bregaban en la posguerra. Habían pasado hambre, sufrido cárcel y su obra, que se reía de todo, era de un realismo testimonial tal que sus caricatos se imbricaban en la cotidianeidad del ciudadano de a pie que padecía de racionamiento y folklóricas rojigualdas.
Tras la Guerra Civil, Escobar, creador de Zipi y Zape, da con sus huesos en la trena por pertenecer al Sindicato de Dibujantes. Carpanta -«hambre violenta»- se inscribe en el imaginario popular persiguiendo sin fin a un artero pavo. «En la España de Franco nadie pasa hambre», sentencia la Censura. Decreto 24 de junio de 1955. La suegra Doña Tula atenta contra la unidad del matrimonio.
Martz-Schmidt hereda a la fatídica Doña Urraca y la sumerge en las criptas barrocas del Castillo Nosferatu con las procaces Hijas de la Noche, al filo de la Censura.
El reporter Tribulete recibe terribles empellones en El chafardero indomable. Los Cebolleta huyen de la historia y del abuelo. La parentela desarrollista es la monda con los Trapisonda. Aparece Pepón, el arquetipo de joven apalancado. Los Churumbel animan los clanes disfuncionales. Y las hermanas Gilda campan solteronas por las viñetas; la Censura reprueba que salgan de noche haciéndoles besar sapos verdes.
DDT, Tío Vivo, Lily o Dín Dan empapelan el quiosco. Anacleto vaga por el desierto del Gobi. Un sonoro ¡plaf! del jefe le imprime una mano en la jeta. Mortadelo y Filemón se enrolan en la TIA y se enfrentan a la ABUELA. Filemón recibe tundas y Mortadelo se disfraza de universo o de picaporte con gafas. Es la hora del descuajeringue y de la Factoría Ibáñez. La edad dorada del tebeo durará hasta que el PSOE y la reconversión asesten el golpe mortal a ésta y a otras industrias.
En los sumideros de una juventud crónica, y sin un duro, degustábamos de prestado los imposibles álbumes Tótem. El paro nos obligaba a ocupar espacios para tener dónde estar y nos aproximaba a revistas como Makoki o El Víbora y a los antihéroes que, como Peter Pank o Rankxeros, eran reflejo de nuestra contracultura. Chicha, Tato y Clodoveo se perdían entre las bambalinas de la Movida Madrileña. Azagra dedicaba caricaturas de Pedro Pico y Pico Vena a los asiduos del Gaztetxe de Bilbao. Y en Gasteiz surgía el corrosivo TMEO.
Pertenezco a una generación que se despiporra de casi todo. Para nosotros no es indecoroso caricaturizar a príncipes practicando sexo en una postura común al resto de especies del reino de los bichos. Lo que nos preocupa es que cualquiera pretenda dinamitar la expresión que nos hace libres. De ahí que nuestro ¡jua, jua, jua! sea mayúsculo cuando las instancias que promueven el secuestro de un medio satírico consiguen el efecto contrario, que se difunda por el planeta.