Raimundo Fitero
La pena
Compasión no quiero, quiero mejor indiferencia. Hay que apechugar con el título, que lo carga el corrector. ¿Desde qué especie de soberbia o supuesta superioridad económica, moral o intelectual se puede sentir pena de alguien o algo? A mí me dan mucha pena los pajaritos cuando los veo desplomarse desde el tendido eléctrico fulminados por un golpe de calor o una perdigonada. Incluso cuando veo alguna flor agostada en una ribera por falta de alimento hídrico siento una especie de pena ecológica.
Viendo un programa que se llama «Espejo público de los ciudadanos»-que es una suerte de batiburrillo con muchos asuntos que se solapan- que emite la primera estatal, hablaban de la conducción, del tráfico y del carné por puntos y al ver a dos conductores que lo habían perdido todo sentí pena por ellos, tan desamparados. Es así, este calor me derrite por dentro y me vuelvo mantecoso, moldeable, sin aristas. Lo mismo que al ver a un muchacho enjuto que se coloca el maillot amarillo de Le Tour con cara de tristeza, casi pidiendo perdón, y en esos momentos sentí pena, porque las ilusiones, el propio orgullo de lograr esa distinción venía precedida por una cadena interminable de asuntos oscuros. Pena, penita, pena.
Pero donde el ataque de melindrosa actitud conmiserativa se convirtió en tormenta imparable fue al recaer en ese programa donde todavía sobrevive parte de la fauna más carroñera del corazón que ocupa algunas trasnoches de Tele 5, «TNT», una bomba con venenos varios. Gran parte de la entrega la dedicaron a mostrarnos imágenes de un jovenzuelo con signos de obesidad, que luce una alopecia excesiva para su corta edad y que no hace falta ser un sicólogo clínico para entender que no ha alcanzado todavía la madurez, y que se llama Paquirrín. A este muchacho lo tienen absolutamente asfixiado, todos se permiten el lujo de opinar, de adjetivar, de meterse en su cama, en su cabeza, en su bolsillo. Todo por el único delito de ser el hijo de su madre. Y sentí pena, mucha pena, porque lo veo un ser indefenso, como un pajarito que cualquier día intenta volar sin darse cuenta de que no tiene alas y acabará estampado en el asfalto. ¿Tienen mis males remedio?