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¿Será que nos estamos quedando sin cantantes de jazz?

Xabier PORTUGAL

E n primer lugar he de confesar que acudí al concierto de Madeleine Peyroux animado por las horas que he podido disfrutar escuchando sus dos primeros discos, «Dreamland» y «Careless Love». Pero a menudo la realidad se impone y el sueño de repetir la experiencia en directo se desvanece en un momento.

Soy consciente de que a estas alturas ya hemos superado el tan traído tema de las ortodoxias, pero no me resisto a dejar constancia de mis dudas al respecto, tal como quedan recogidas en el titular de este artículo.

Cuando en 1927-28 se rodó «El cantor de jazz», los responsables de la película pintaron de negro el rostro del intérprete Al Jolson, pues en aquella época resultaba inconcebible que un afroamericano protagonizara un film de aquellas características. Ahora, en algunos círculos de la industria musical, nos quieren hacer creer que con sólo colocar una sección rítmica detrás de la cantante, podemos clasificar su trabajo dentro del epígrafe jazzístico.

Quienes asistimos al recital de la cantante norteamericana pudimos disfrutar de su vocalización precisa y elegante, que, unida a los requiebros que logra con su voz suave y envolvente, nos traía a veces el recuerdo de las interpretaciones de Billie Holiday. No obstante, Madeleine Peyroux se nos descubrió más como una cantante melódica y romántica que como una intérprete de jazz. Sé que intentar explicar este estilo musical es como querer definir con palabras una escalera de caracol, pero hay una cosa cierta: en el jazz lo más interesante sucede siempre fuera de la partitura. Poco importa que las melodías que interpretó se deban a la inspiración de Leonard Cohen, Bob Dylan, Charles Chaplin o George Brassens, o bien nos descubran la querencia de la cantante por el blues. Al final, el jazz siempre le aportará un toque mágico, que ayer brilló por su ausencia.

Tal vez los que más disfrutaron fueron los que simplemente pretendían escuchar los temas que la cantante había elegido para su recital, sin preguntarse tan siquiera si su interpretación encajaba en las coordenadas del jazz. Que tenga su sitio dentro del Jazzaldia puede ser lógico, pero no lo es tanto que haya quien intente vender un concierto tan frío, como si se tratase de una de las más agradables sorpresas del panorama jazzístico actual.

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