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Ramón Zallo Profesor de la UPV/EHU

Dos estrategias

Si pensamos que los retos del periodo son de fondo para acabar el tema principal que dejó pendiente la Transición, el camino es duro, largo y difícil. Si se entra al señuelo de querer salir rápidamente de ésta, bastaría un acuerdo con los socialistas, sabiendo que el límite es el Estatut de Catalunya

Los debates de las últimas semanas nos interpelan sobre los retos del período y las estrategias políticas. Y para quienes somos partidarios del cambio sin violencia del marco jurídico-politico se están dibujando, grosso modo, dos estrategias diferentes. Si pensamos que los retos son de fondo para acabar, o encauzar, el tema principal que dejó pendiente la Transición (el derecho de decisión), sabremos que el camino es duro, largo y difícil, en aras a la normalización y la pacificación, y que pugnar por el espacio político entraña tensiones frente a un Estado y a una ETA que no quieren moverse, ni asumen la «obligación de pactar».

En cambio, si se entra al señuelo de querer salir rápidamente de ésta -porque ya llevaríamos unos años «en el monte» como dice Basagoiti- entonces bastaría un acuerdo con los socialistas, sabiendo que el límite es, más o menos, el Estatut de Catalunya. Claro que, posiblemente, el precio de este atajo sea perderse en el laberinto. El resultado probable sería que, en lugar de normalización política nos habrían normalizado; en vez de paz se daría un nuevo impulso a los armados al mostrarse una incapacidad de cambio en profundidad del sistema desde las vías pacíficas; y, desanimados y cabreados, posiblemente se fracturarían, aún más de lo que ya están, las corrientes que fueron un día partidarias del cambio, en beneficio de los del «NO me muevo» (PP, PSOE y ETA) salvo que les fuercen.

Esas dos estrategias diferentes se concretan en una serie de dilemas o de opciones.

O vamos de 2ª transición (o, al menos 1 y 3/4) o de mejora estatutaria y de autogobierno: Hay que saber adónde se va y creérselo, para llenar unas u otras alforjas, sabiendo que el primer viaje es compatible con el segundo pero, en cambio, si se va sólo al segundo destino ese sí es incompatible con el primero. Ciertamente el camino cambia al peregrino pero ese cambio nunca debería pasar por perder el norte o abandonar, dejando la meta para más adelante, para la siguiente generación. Jugar a corto o a la chica en esta partida de mus es pan para hoy y hambre para mañana.

O una «soberanía compartida» como resultado, o como punto de partida: La primera alternativa parte del derecho soberano a decidir y de la prudencia de saber que luego hay que pactar y que el resultado será una soberanía compartida, que se querría en régimen de bilateralismo obligatorio mutuo para todas las decisiones que nos afecten. Y ello en la creencia de que la independencia no estaría a la orden del día o al alcance (sea por peso social, criterio o contexto).

La segunda alternativa supone, en cambio, no creerse del todo un sujeto de decisión ni que sea necesaria una acumulación de fuerzas, lo que trae consigo ir debilitado a una negociación. Es más, más que negociar se trataría de saber dónde están los límites de la contraoferta.

O se hacen las alianzas desde un programa, o el programa se hace a partir de unas alianzas. Uno debe elegir el norte, el camino y la actitud, y luego los compañeros del viaje. En cambio, elegir a los compañeros antes que el viaje es seguro que te llevará a donde ellos quieran ir o a ninguna parte.

O se buscan consensos desde un proyecto, o unos consensos en busca de programa. Las mayorías sociales y políticas pueden conseguirse desde un proyecto, unas sumas, una participación y un liderazgo que, a su vez, son bases para buscar el máximo de consensos mirando también los intereses de la pluralidad. Pero es seguro que no pueden conseguirse mayorías si otros ponen al final el programa o los límites y tú el consenso. (Esto lo aprendí de un brasileño sobre el sentido del `Puente de la Amistad' que une Brasil y Paraguay y que se construyó en la época de Stroessner: «Nosotros pusimos el Puente y ellos la Amistad»).

Es deseable lograr un consenso sólo después de las batallas y de las cesiones mutuas. El documento al que llegaron PNV-PSE-Batasuna en octubre pasado podría ser un buen punto de partida.

O se disputa el espacio politico, o se da el derecho de veto a un PSOE asustado por el PP. En la Mesa de Egino de 2004-06 entre nueve políticos de sensibilidades distintas se acordó que lo mejor para los procesos de paz y de normalización era un acuerdo unánime. Si era imposible, se apuntaba que el siguiente paso era lograr una «mayoría transversal» (más de una sensibilidad). Si ésta se manipulara convirtiéndola en derecho de veto, se proponía un arbitraje. Si tampoco funcionara, vuélvase a las mayorías convencionales posibles y se decía: «Reconocemos tanto el valor de las mayorías democráticas como la relevancia del pluralismo y del respeto a las minorías». ¡Pues eso! Hay una obligación de pactar (si quieren). Pero si no quieren hay derecho a no (tener que) pactar e ir con la iniciativa. Dar el derecho de veto a otro es anularse para hacer política y convertir a la minoría en mayoría de hecho.

Movilizar, o desmovilizar. En épocas de cambio, lo que más importa es lo que la sociedad piensa y cómo hacer aflorar su pensamiento político, en la calle y en las urnas, sobre proyectos ilusionantes y resolutorios. Los proyectos ilusionantes orientan, fraguan tejido y movilizan (si se hacen bien las cosas). Los proyectos sin alma desorientan, dividen y desmovilizan y, normalmente, pasan factura electoral en beneficio ajeno.

Se baila con todos/as sin exclusiones de partida, o sólo en pareja. No negociar con ETA mientras haya violencia no debe significar marginar de los procesos de cambio a la izquierda abertzale. No es imaginable el cambio sin ella. Pero para llegar a alguna parte ella habrá de transformarse en el camino: tomar las riendas de su destino. El ámbito es un triángulo, sea virtuoso o infernal. Mirar sólo al PSOE es tan inútil para el cambio como útil para el PSE y tan peligroso como atarse de pies y manos a su juego (el límite legal interpretado políticamente de manera restrictiva primero aquí y luego allá).

Impedir que te impongan o sólo «no imponer/no impedir». Si algo se ha podido aprender del No en Cortes al Proyecto de Estatuto Político de Euskadi y de cómo Zapatero incumplió su compromiso de respetar el Estatut del Parlament es que no cabe ir a Madrid sólo con el lirio en la mano de una mayoría parlamentaria, sea grande o pequeña. Zapatero sí es partidario de impedir aquí y allí.

Es correcto darse reglas morales («no imponer-no impedir»). Hay que partir de ellas. Pero la política empieza a partir de ahí, cuando el otro sí impone e impide. En ese caso, o te quedas a llorar a la vera del camino llamándole «malo» o diciendo «me has engañado», o asumes el reto de «cómo impedir que te impidan» (por ejemplo, en el Congreso de Diputados), o sea, que te impongan. No hacerlo sería poco responsable.

Una vía es una consulta indicativa previa que te refuerce, sin que admitas que te la quieran impedir salvo que no haya mayoría parlamentaria vasca, claro está.

Cumplir o no cumplir el programa de gobierno. Nunca me ha convencido que no haya consultas propias porque ETA esté activa y que, en cambio, hagamos elecciones cada año y medio, y cinco referéndums desde 1976 a pesar de ETA. Seamos sinceros. La mayoría de quienes lo dicen lo que no quieren es la consulta sobre «el tema» (ni con ETA ni sin ETA). Consultar, como dice Madrazo, simultáneamente también sobre ETA tiene ventajas (oportunidad de deslegitimarla) pero inconvenientes (mezclar pacificación y normalización; qué interpretar del resultado si PSE y PP llaman a abstenerse de todo; consultar sobre lo obvio...).

Pero como la condición de «en ausencia de violencia» sí aparece en el Programa de Gobierno y habría de cumplirse, lo lógico sería preparar y convocar la consulta pero condicionar su celebración a un alto el fuego. La pelota democrática estaría en el tejado de ETA (y del Estado, si intenta impedirla). No parece que haya otra solución. Si la hay, sería bienvenida.

Una consulta de consulta o una consulta de amén. Cabe una consulta tras un acuerdo de normalización con mayoría parlamentaria vasca, o cabe una consulta también sobre principios, metodología y proceso, si la primera no es posible. Lo que tiene, en cambio, un limitado interés es una consulta sobre los despojos de soberanía que queden tras la criba acá y en Cortes.

Las consultas que consultan son de demócratas que creen en la democracia y en lo razonable que es la gente en las encrucijadas; y las consultas de amén reflejan una desconfianza en la democracia y en la gente, y dando a elegir entre Guatemala y Guatepeor en sus versiones de «ésto o el abismo» o «más vale este poquito que nada».

En suma, hay que elegir entre apaño y a fondo, entre perpetuar los dos conflictos o encauzarlos.

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