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Pablo Antoñana Escritor

Agosto

Cualquiera sabe que transito por país y tiempo que ya no existe, por lo que me refugio en el pasado en busca de mí mismo, y me encuentro desparramado como cenizas o astillas de naufragio. Es entonces cuando digo cosas que carecen de sentido, o si lo tienen es como si hubiesen sido recogidas en libro de sucesos imaginarios, difícil de creer por quien carezca de brújula que le oriente en lo remoto de lo que fue y ya no es. Digo del mes de agosto, pintado con mies y carros por Murillo, el de las Purísimas, visto, oído, tocado por los de mi quinta que todavía arrastran los pies por las miserias de estos suelos. Olía a sol, a polvo, a sudor, a paja, sabía a reseca garganta enjugada con agua o vino, bebidos a sorbos, con el tacto que la escasez aconseja, la luz era una mancha cegadora, la mies tenía el color del oro, y lo era agavillado y esparcido en el redondo ámbito de la era, como moneda pelucona, pero enorme, que se guardaba entre algodón en rama para las arras de las bodas. Ya pasó, nosotros nos vamos, el tiempo queda, y el hoy movedizo, que enseguida se convertirá también en ayer, recuerdo fluctuante, pasado con olor a fétido. Es que en este hoy de guerras y desgracias, y a pesar de ellas, una trompeta invisible pero poderosa como la que sonará en el fin de los tiempos según profecía, convoca a la gente a la huida, fuga o diáspora, como arrojados de sus casas por hostigamiento hostil y cogen lo puesto, llenan las valijas de lo útil y lo inútil, y emprenden viaje a ni ellos saben bien a dónde, como si fuese obligación huir de la ordinariez de lo cotidiano, y quizá les asista alguna miajita de razón, pues tan solo la lectura somera de los periódicos da pie, motivo, y fundamento para fugarse del alrededor que le atosiga y cerca.

Es que nuestro tiempo se ha convertido en un vivir en país del «mundo al revés», como describían las viñetas de nuestras revistas infantiles, y parecía ingeniosa invención imposible, puro entretenimiento de aquellos domingos que parecían no acabarse nunca. Hoy corren los días que es una barbaridad, y estamos en disposición de decir que se ha cumplido el disparatado pronóstico del «mundo al revés». El mundo al revés cuando, por Sanfermines, el arzobispo de Pamplona, propiciador de los votos a favor de la Falange Española y la Comunión Tradicionalista, «Por el Imperio hacia Dios, arriba España», ambas formaciones mostrando sin disimulo su rechazo a la Constitución, texto sagrado, preside, con los pies descalzos, procesión penitencial de desagravio por la ofensa recibida por el Crucificado en la «pancarta» del Muthiko Alaiak. Procesiones parecidas figuran en las crónicas medievales cuando se pedía, a la desesperada, auxilio para aplacar la peste, la catástrofe o la epidemia, lo cual es un regreso, sin escándalo, a tiempos que no figuran vivos. El «mundo al revés» es la Iglesia pedigüeña de dineros, ofrendas, óbolos de San Pedro, insatisfecha y voraz, que ignorando lo de «no hay potestad sino la de Dios y las que hay de Dios vienen» y hay que acatarla, Pablo en epístola a los Romanos, (13-1.7), pide a los suyos la desobediencia civil, y el no respetar las leyes, acogiéndose al Convenio con el Estado Vaticano, que extrañamente sigue vigente.

Otra versión del «mundo al revés» es la intriga propia de folletín por entregas del siglo XIX del toma y daca con chalaneo que dura casi dos meses en disputa no cerrada por el goce del Gobierno de Navarra. Los protagonistas son, se dicen, profesionales de la política, cuyo único título les fue otorgado por el capricho o la voluntad del jefe de filas, como es práctica en cualquiera de las sectas conocidas y de alta en el registro correspondiente. Exhiben credencial que no fue expedida por Academia alguna, pero que da falsa garantía de ecuanimidad y honestidad, sin embargo se comportan con el desparpajo y descaro de cualquier tratante de ganado, cuadrando con lo dicho por Sánchez Mazas: «la política es cosa de arrieros». Quién iba a decir que íbamos a tener que darle alguna razón quienes vivimos casi lo mejor de nuestra vida sujetos al toque de tararí del cornetín, al noticiario llamado parte como si viviésemos en un cuartel, y sí que vivimos en sus patios.

Otra muestra de este «mundo al revés» es la charlotada oficiada por jueces y fiscales, y el alboroto polvoriento levantado con la portada de «El Jueves», que nos arrojan de bruces al tiempo del general, cuando se cerraban periódicos, por otro lado escritos al dictado, como «Madrid», el ministro del Interior secuestraba «Triunfo», «Cuadernos para el Diálogo», «La Codorniz». Y cuando llegó la esperanza, volvió enseguida el desencanto, cerraron la boca, escondidos en el silencio, los voceros de la «libertad de expresión y prensa», nada dijeron cuando el cierre de «Egin», o del «Egunkaria»... y con el secuestro de «El Jueves» gritan desaforados, con aspavientos de actores de farsa, como si con los cierres de «Egin» y de «Egunkaria», no hubiese sido maltratada la libertad de expresión y sí es vulnerada con el secuestro de «El jueves» por su portada...

Hay más, pero no es cosa de darlas a lo menudo, a quien regresa de su viaje a ninguna parte, el cuerpo cargado de fatiga, la memoria donde en caos confuso cayeron imágenes en tropel, un puente, una torre, un río, sí pero dónde, depositadas como postales en mezcla gruesa, difuminada. Podríamos hacerlo pues los «papeles» traen cada día lo absurdo, que durante tiempos se nos fue ocultado, e hicieron bien, pues al menos no sabríamos de mujeres acuchilladas, niños secuestrados, guerras sangrientas, no sólo injustas e inútiles sino justificadas o calladas por las religiones positivas, como necesarias para mantener los intereses mezquinos de los países que, diciéndose civilizados, inventan artilugios de matar que sólo pudo habérsele ocurrido al diablo, en el que habrá que creer, aunque no nos guste que lo diga el Santo Padre de Roma. El diablo, demonio, ángel caído, origen del mal, parece señor poderosísimo que dirige, y no Dios, el universo mundo y quienes lo habitan. Mejor que los viajeros de agosto se quedasen allí donde fueron y no regresen al «mundo al revés» de nuestros días.

Este agosto nada tiene que ver con aquel otro de la hoz, el polvo, el sol de castigo, la luz mancha cegadora, el trillo, la parva, el pelo de aire que no llega, la fatiga, las fiestas dedicadas a santos con nombres rarísimos, celebradas con bárbara capea, desorden y vino, pero que fue medida higiénica, por tanto favorecida, para soportar la maldición, entonces, del trabajo.

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