Raimundo Fitero
Los feos
No toda la programación, y siempre, es nociva. Hasta en la cadenas más comerciales o las más tendenciosas encontramos minutos de gloria, paréntesis en la rutina. No digamos si nos paseamos por las plataformas, entonces en los canales temáticos siempre hay puntos de enganche para reconciliarse con el invento. Siempre en términos relativos, porque cada cual espera de su aparato totémico una cosa diferente, pero si no crees que desde el electrodoméstico esencial te deban dar las soluciones a tus problemas de soledad, angustia o desenfoque vital, bien puedes dejarte mecer por algunos minutos audiovisuales realmente interesantes.
En el canal Hollywood, que como su nombre indica está dedicado al cine, tuve la suerte de disfrutar de una pieza corta de dibujos animados titulada «La noche de los feos», y era una verdadera delicia que se sustentaba en una narración de Mario Benedetti, perfectamente expresada en su voz narradora, e ilustrada de una manera inquietante, pero suficientemente artística en sus trazos, en sus movimientos, como para colocar al espectador en predisposición de entender la riqueza verbal, los contenidos y las sensaciones que todo en su conjunto transmitían. Una bella historia de amor de dos personas con defectos en sus rostros que los convertían casi en monstruos; un encuentro causal en la cola de un cine, acercamiento que termina en una noche de amor, las caricias en las cicatrices, la ternura, el sexo, el despertar, lo efímero de esa noche de feos, tan guapa. Minutos televisivos bien aprovechados.
Otros dirán que si pueden ver un partido de fútbol, una carrera de motos, un lanzamiento de jabalina o un campeonato de billar ya se tiene más que aprovechada la inversión en su pantalla plana, lo mismo que quienes lo que buscan es dejarse adormecer por los culebrones, tantos, y tan similares, como nos ofrecen casi todas las cadenas, y en ellos, precisamente no hay feos. ¡Qué digo! Gran mentira, hay una, la reina de las audiencias, Bea, que es fea, y es un fenómeno con versiones en medio mundo, pero el resto son guapos y guapas que ocupan espacio y tiempo y sufren y lloran, pero sin estigmas más allá del despecho amoroso.