ÓPERA DE SCARLATTI
La Quincena donostiarra restituye su trono a la emperatriz Octavia
a 68. edición de la Quincena Musical arrancó el lunes con una veintena de conciertos distribuidos por toda la ciudad, entre los que destacó el reestreno de una ópera perdida de Scarlatti. L
Mikel CHAMIZO
El tiempo no acompañó a la jornada inaugural de la 68ª Quincena Musical donostiarra, que arrancó el lunes con su habitual despliegue de conciertos que inundaron de música los lugares más diversos de la ciudad: Ayuntamiento, iglesias, teatros, clínicas... Una multiplicación de escenarios que sin embargo se vio frustrada en su propuesta al aire libre, el esperado espectáculo de Kepa Junkera en homenaje al Peine del Viento, que hubo de ser suspendido ante los malos augurios metereológicos.
Pero entre la veintena de espectáculos que se ofertaban hubo uno que, por méritos propios, se erigió en cita estrella de la jornada y ejerció un poder de atracción suficiente para que la prensa especializada de todo el Estado se acercase hasta Donostia. Se trató de «L'Ottavia restituita al trono», primera ópera de Domenico Scarlatti, que hasta hace bien poco se creía perdida y que un meticuloso proceso de investigación y reconstrucción ha logrado rescatar del olvido.
Un auténtico «puntazo»
Hablamos, además, de un re-estreno de especial significación en el contexto del año scarlattiano que estamos viviendo -se celebra el 250 aniversario del fallecimiento del músico napolitano-, así que el que una obra tan importante de uno de los compositores fundamentales del Barroco se haya podido escuchar, por primera vez en 300 años, en Donostia, es, se mire por donde se mire, un auténtico puntazo para el Festival.
«L'Ottavia restituita al trono» está basada, como era moda allá por el 1700, en temas del Imperio Romano, concretamente en la restitución del trono de emperatriz a Octavia tras el affaire de Nerón con Popea. La dirección escénica de Francisco López, director del Teatro Villamarta de Jerez, estuvo basada en un interesante concepto de work in progress que creaba paralelismos con el proceso que se había vivido en los ensayos, en los que cada miembro de la producción, tanto artistas como técnicos, aportaron su granito de arena a la recreación de una ópera de la que no se conservan referentes de ningún tipo, ni visuales ni auditivos. Así, al inicio del primer acto se ve a los cantantes vestidos de calle, o cantando entre bambalinas; se nos enseñan las tripas de la escenografía, y se puede observar a los técnicos interactuando con los cantantes.
Conforme va avanzando la función, el espectáculo va pareciéndose cada vez más a una representación de época: los técnicos pasan a un segundo plano, la escenografía se coloca en el lugar correcto, los cantantes se ciñen vistosos trajes y todo va tomando la forma de una representación «normal» de ópera. El problema fue que este planteamiento de desarrollo escénico, que yo pude llegar a conocer porque se lo pregunté expresamente a uno de los artis- tas, no resultó muy evidente para gran parte del público, muy despistado respecto a las intenciones reales del director de escena. De lo que sí nos percatamos todos fue del constante rizar el rizo de los equívocos sexuales, con mujeres haciendo de hombre y viceversa, que arrojó momentos o muy tórridos -bisexualidad por todos lados- o muy divertidos.
En lo musical destacaron, desde luego, los cantantes. Vivica Genaux, pese a su volumen no muy grande, no defraudó a los fans que ha cosechado con sus exitosos discos. Ruth Rosique y Mª Gracia Schiavo fueron una Octavia y Popea llenas de pasión, surgida del despecho y de los celos respectivamente, y María Ercolano fue un Floro de muchísimo carácter. El dúo bufo formado por Giuseppe de Vitorio y Paolo López fue, sencillamente, desternillante. La Cape- lla de la Pietà de' Turchini no es un conjunto de primera línea; hubo numerosos problemas con la afinación, pero el resultado, aun así, fue notable por la autoridad indiscutible de Antonio Florio en este repertorio.